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  en "1963" segun este Libro del eximio Profesor Alberto Boixados se habria entronizado a "LUCIFER" (ANTICRISTO) en una Capilla Secreta ddenominada LA ALHAJA dentro de la Basilica de SAN PEDRO en VATICANO (...) junto a NORTH CAROLINA (U.S.A.) con "escuadra
 
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Crónica de una Revolución anunciada

"La IV Gran Revolución Mundial"
Primera: la Reforma
Segunda: la Francesa
Tercera: la Marxista
LA CUARTA: ¿Una sin igual red de redes —digital y global— liderada por la NEW AGE (Conspiración de Acuario)?

Alberto Boixadós

Crónica de una Revolución anunciada - Alberto Boixadós

282 páginas
Ediciones Theoria
1997

Encuadernación rústica
 Precio para Argentina: 39 pesos
 Precio internacional: 12 euros

 

En este último lustro del siglo XX, a medida que se acerca el tercer milenio de la Era de Cristo, por todo el mundo se extiende una indefinible impresión de aceleración vertiginosa, algo así como el impul­so que adquieren las aguas de un gran río cuando se acerca a una catarata. Cada uno experimenta esta vivencia a su modo y en el ámbito de su medio, de su quehacer, de su familia, de su calle. Para unos se trata de una transformación súbita en los medios de comunicación y trabajo: la electrónica aplicada a las comunicaciones y a la informática convierte en «alfabeto informático» a quien no renueva anualmente sus conocimientos y técnicas laborales. Otros lo experimentan en su entorno humano, particularmente en sus hijos que, educados por la TV, los ordenadores y la nueva escuela, resultan rápidamente ajenos a cuanto ellos han conocido y amado, incluso a un diálogo sosegado, participativo y con puntos comunes de referencia. Ellos -y no suele ser por su culpa- viven en las prisas del hedonismo, porque es lo único que han recibido: la intuición espontánea de que la vida pasa de prisa y el principio inculpado de que «no hay otra vida que la presente», que «sólo se vive una vez». Sus medios para vivir, en un mundo arrolladoramente tecnificado, son inmensos, pero no conocen -ni tienen tiempo para planteárselo- los fines u objetivos de esa vida. De aquí la propensión creciente a las depresiones patológicas y al suicidio, incluso entre los jóvenes. En tales condiciones, la soledad que conlleva la ancianidad se hace dramática al término de las vidas humanas.
La New Age representa en nuestro tiempo, una nueva e inmensa gnosis que no es ya defensiva sino invasora y agresiva; tampoco se circunscribe a un ámbito cultural, sino que es (o pretende ser) planetaria, universal. Se trata del surgimiento de una nueva pretendida sabiduría universal, de la desvinculación del hombre de cuantas ligaduras o cauces han creado en torno a él, la historia, las creencias y las costumbres, trabándole en su expansión y posibilidades. Las demás cosmovisiones y religiones podrán verse, a lo sumo, como prefiguraciones superadas de esa liberación universal. El mundo nuevo no estará, como para los descubridores del siglo XV-XVI, en alcanzar nuevos mundos aquí en la tierra, ni siquiera en las ya posibles aventuras espaciales: ese mundo estará en nosotros mismos, en las drogas psicodélicas y las místicas orientales que abrirán el espíritu humano a nuevas «longitudes de onda» en que se liberará el espíritu humano del medio de construcción y normas que él mismo ha creado.

 

ÍNDICE


Prólogo       I
La IV Revolución Mundial emergente y los valores raigales de la hispanidad           1
Proyecciones del Nuevo Orden Mundial     38
Breve semblanza histórica del Movimiento New Age (Orígenes y proyecciones)     49
Proyecciones, visibles o no, de la New Age con otros grupos         64
Globalismo  68
La meta del Humanismo Secular: una Sociedad Libre y Universal   70
El Humanismo Secular en el ámbito sociológico      75
Teotihuacán            80
El mundo literario y el Movimiento New Age          82
Escritores inmersos e impulsores del mundo de la New Age           94
James Redfield        95
Louise L. Hay         113
¿Renacimiento religioso?     122
Efectos de la "realidad virtual"         130
Un libro sorprendente         139
Singulares informes de lo que ocurre en ámbitos invadidos por la New Age            158
Sai Baba     166
La New Age y la Teología  174
Fundamentalismo    176
El recurso a las religiones de Asia    177
Ortodoxia y ortopraxia        177
El pragmatismo en la vida cotidiana de la Iglesia      179
Tareas de la Teología          180
La New Age en la educación          184
Su incompatibilidad con la fe católica          188
Aspectos de riesgo  189
Qué hacer   190
Firmes delineamientos de la IVª Gran Revolución Mundial  200
Valiosos testimonios de la vigencia del Movimiento New Age, y la presencia en él de relevantes figuras de la cultura universal           205
La inspiración que vino de Sri Aurobindo    212
El asalto de los medios de comunicación     213
Un panorama desde la perspectiva de 1993             214
La presencia incontrastable de Cristo          222
Recentísimos antecedentes 227
Apéndices
Nº 1: "Transfiguración y Metamorfosis".
(Editorial de la Revista Gladius N2 33,15/8/95, pág. 3 a 6) I
Nº 2: "Hasta para concebir puede ser autosuficiente la mujer".
(Tomado de La Nación, 27 de enero de 1997,1ª Sea, pág. 2)        IV
Nº 3: Salpicón de noticias tomadas al azar de noviembre 1995 y febrero y marzo 1996      VI
- "Cura italiano querría tener un hijo de probeta" (La Voz del Interior, Córdoba - Rep. Arg., 1º de noviembre 1995, pág. 15,1ª Sec)
-      "Una multitud en el Congreso por la Ley sobre procreación".
(La Nación, Buenos Aires - Rep. Arg., 2 de noviembre 1995, pág. 15)
-      "Catequesis al compás del rock".
(La Nación, Buenos Aires - Rep. Arg., 12 de febrero 1996, pág. 2,1ª Sec)
-      "Hillary, ávida de islamismo".
(La Nación, Buenos Aires - Rep. Arg., 13 de marzo 1996,1ª Sea, pág. 15)
Nª 4: "El Dos Mil. La fiebre de la Nueva Era"        
(Artículo de Cesare Medail, publicado en Corriere della Sera, Roma -Italia-, sábado 28 de diciembre de 1996)
Nº 5. "En Thailandia un nirvana colmado de luz.
Católicos y budistas dialogan con la vida".
(Tomado de Ciudad Nueva, N9 365, Bs. As., Rep. Arg., marzo de 1997, págs. 17 a 22) XV
Nº 6: "Primer templo budista de Latinoamérica".
(La Voz del Interior, Córdoba - Rep. Arg., 11 de enero de 1997)  XXI
Nº 7: "El Nuevo Orden Mundial", por Miguel Poradowski
(Tomado de la revista Verbo, Madrid, España, s/f.)            XXII
Nº 8: Carta del Prof. Carlos A. Cancio al autor
(Cba., 15-08-96)    XXVII
Nº 9: Carta abierta de Monseñor Richard Williamson a los amigos, de fecha 19 de mayo de 1997, enviada desde EE.UU. al autor           XXIX

               
 

PRÓLOGO

En este último lustro del siglo XX, a medida que se acerca el tercer milenio de la Era de Cristo, por todo el mundo se extiende una indefinible impresión de aceleración verti­ginosa, algo así como el impulso que adquieren las aguas de un gran río cuando se acerca a una catarata. Cada uno expe­rimenta esta vivencia a su modo y en el ámbito de su medio, de su quehacer, de su familia, de su calle. Para unos se trata de una transformación súbita en los medios de comunicación y trabajo: la electrónica aplicada a las comunicaciones y a la informática convierte en «analfabeto informático» a quien no renueva anualmente sus conocimientos y técnicas laborales. Otros lo experimentan en su entorno humano, particular­mente en sus hijos que, educados por la TV, los ordenadores y la nueva escuela, resultan rápidamente ajenos a cuanto ellos han conocido y amado, incluso a un diálogo sosegado, participativo y con puntos comunes de referencia. Ellos —y no suele ser por su culpa— viven en las prisas y en el hedo­nismo, porque es lo único que han recibido: la intuición espontánea de que la vida pasa de prisa y el principio incul­cado de que «no hay otra vida que la presente», que «sólo se vive una vez». Sus medios para vivir, en un mundo arrolla-doramente tecnificado, son inmensos, pero no conocen —ni tienen tiempo para planteárselo— los fines u objetivos de esa vida. De aquí la propensión creciente a las depresiones pato­lógicas y al suicidio, incluso entre jóvenes. En tales condicio­nes, la soledad que conlleva la ancianidad se hace dramática al término de las vidas humanas.
Otros, en fin, los filósofos —no digo de profesión sino vocacionales— sufren esta vivencia inquietante en un plano superior, universal o cósmico. Porque esta impresión de ace­leración súbita y creciente abarca desde la escuela primaria hasta la religión recibida, pasando por los esquemas menta­les, el arte, la política, las costumbres, la intimidad del pensar y del estar. Este «cierto sabor a fin de mundo (o de época)» se hace hoy común, por más que se prefiera no hablar de ello ni mencionarlo, como acontece a quienes padecen una enferme­dad sin retorno. Aún para los espíritus más refractarios a cábalas escatológicas se han convertido de pronto en textos de curiosidad acuciante al discurso escatológico de Cristo, el Apocalipsis de San Juan, o las profecías de San Malaquías en el siglo XII.
Es este plano superior o totalizador en el que se mueve Alberto Boixadós. Como filósofo (y filósofo de la Historia) no puede quedarse en un nivel parcial de hechos o de modas, o en la resignada aceptación de la evolución, sino que se pre­gunta por la causa de las cosas y por las causas supremas de las que depende esta amplísima y profunda mutación. Ya anteriormente había buceado en esta acuciante problemática en varios libros de gran riqueza de datos y sagacidad inter­pretativa. Me refiero a Arte y Subversión (1997), El Nuevo Orden Mundial y el Movimiento New Age (1994), a los que sigue el que tienes, lector, ante tus ojos: Crónica de una Revolución Anunciada: la cuarta gran Revolución mundial. En él, el Prof. Boixadós, sobre un inmenso acopio de hechos significativos, realiza una hermenéutica en profundidad de cuanto está sucediendo ante nuestros ojos; proceso, o más bien mutación, que, por más que se realice en múltiples fren­tes con un entrelazamiento de movimientos aparentemente distintos, posee una mayor unidad de lo que podría creerse. El autor escudriña este complejo mundo hasta cuanto permi­ten la experiencia actual y la pretérita, en busca de un dicta­men esclarecedor de cuanto está ocurriendo en esta hora de la humanidad, tan perturbadora para los cristianos. Imagino lo que habrá sufrido en esta búsqueda y cómo habrá recorda­do aquella sentencia: ¡desdichado el que comprende!
Tuve la suerte de conocer a Boixadós y a su esposa en un Congreso Internacional celebrado en Lausana (Suiza) hace más de treinta años; para ser exactos, en 1965. Todavía no había estallado esto que conocemos hoy como postmoderni­dad. Ya nos inquietaba, sin embargo, el incierto desarrollo del Concilio Vaticano II que daba mucho que temer. Allá nos fue dado a conocer a las figuras más destacadas de la contra­rrevolución intelectual católica en Francia y Bélgica: Marcel de Corte, Jean Ousset, Gustave Thibon, Maritain... Yo quedé entonces cautivado por el matrimonio Boixadós, por la cor­dialidad y la bondad que emanaba de Alberto, y la dulzura de ella, muy joven a la sazón; por la elegancia y distinción de ambos. Allí quedó sellada nuestra amistad que se ha mante­nido a través de los años con carácter más bien epistolar y de intercambio de publicaciones, aunque revivida episódica­mente en viajes de uno y otro a España o Argentina.
Si hubiéramos de caracterizar en un trazo esto que he lla­mado la postmodernidad, en la que nos encontramos inmer­sos, yo diría que es el abandono por parte del hombre con­temporáneo de la fe o el ideal racionalista que se forjaron a lo largo de la edad Moderna. Han pasado el existencialismo y los diversos tipos de historicismo y vitalismo, así como una larga experiencia histórica. Ya no existen para ese hombre ni la fe religiosa ni la fe en el progreso indefinido del saber humano hacia una omnisciencia en la que nada escape a la investigación racional o científica. Ahora, reducido el hom­bre a su existencialidad pura y, a la vez, divinizándose a sí mismo, se propone el objetivo de la comprensión universal y la asimilación de cuanto es humano, de toda creación cultu­ral humana. Este ideal se expresa en la tolerancia y en un diá­logo por principio exento de cualquier límite preconcebido, abierto y, por ello mismo, enriquecedor del Hombre, objeto único de adoración. La democracia sin principios preconsti-tucionales y el ecumenismo sincretista serán los correlatos de esa actitud en el orden político y en el religioso. La ruptura de toda frontera nacional, cultural, religiosa, moral o fami­liar, la guerra sin cuartel contra toda autoridad, norma o principio, serán los supuestos necesarios para este diálogo integrador. Un relativismo antropocéntrico sin límites y un imperativo de antitrascendencia serán, en definitiva, sus ras­gos determinantes. (Los grandes promotores de las diversas corrientes postmodernas viajan continuamente en conforta­bles aviones a reacción. Sería de ver el terror que se apodera­ría de ellos si, en pleno vuelo, se les comunicara que se han suprimido las rutas y niveles obligatorios de navegación aérea y que desde ese momento pueden los aviones volar a su arbitrio, sin control terrestre, y aterrizar como y donde quieran. Quizá meditasen entonces en el viejo principio que tratan de olvidar: «donde todo es posible, ya nada puede hacerse»).
En medio del hervidero actual de sectas gnósticas, movi­mientos liberados y sincretismos panteístas más o menos orientales, destaca el movimiento autodenominado New Age, (Nueva Edad), también conocido como Conspiración de Acuario y Humanismo Cósmico, que es, clarividentemente, el objeto principal de los dos últimos libros de Alberto Boixadós. Podría caracterizarse a la New Age como una inmensa gnosis de aspiración planetaria; pero no una gnosis defensiva como las que surgieron entre el siglo II y el IV en el ámbito europeo, sino una gnosis agresiva y envolvente que aspira a crear un orden nuevo coincidente con el ingreso de nuestro planeta en la constelación de Acuario, por abandono de la de Piscis, que estuvo regida por una cosmovisión cristiana.
Gnosis, como se sabe, significa sabiduría puramente humana (empírica o racional) y se oponía a pistis, que signi­fica la fe. Los movimientos gnósticos de aquella época hele-nístico-romana surgieron como reacción del espíritu greco-latino frente a la irrupción de las nuevas religiones monoteís­tas, sobre todo el Cristianismo. Esto era visto por griegos y romanos como una humillación a su propia civilización, por más que la religión politeísta antigua estuviera en esa época en plena crisis de descreimiento. Los gnósticos, señalada­mente Plotino, constituyeron un sincretismo filosófico-místi-co a base de una interpretación peculiar de Platón, al que mezclaban remotos esoterismos griegos como el pitagorismo y los mitos órficos. Esto era para ellos la verdadera sabiduría y una reivindicación de la tradición greco-latina, al paso que el cristianismo sería sólo una fe, especie de versión populari­zada de esa misma sabiduría para uso del vulgo, incapaz de comprenderla si no es mediante tales narrativas. Se trata así de una reivindicación de la cultura clásica por oposición al cristianismo, al que interpreta como mera tabulación popu­lar. El gnosticismo antiguo pasó: ni salvó a la religión pagana que corrió hacia su extinción final, ni detuvo el avance impe­tuoso del cristianismo. Sólo dejó una herida en el cuerpo de la Iglesia: el arrianismo, que fue la primera gran herejía del cristianismo y que resultó del contagio de las gnosis neopla-tónicas, que pretendían hacer del cristianismo una acusación no divina de la emanación plotiniana. Vencido éste también, sólo quedó de aquella gnosis el recuerdo y un germen laten­te, nunca desaparecido, de rebeldía humanista y panteísta.
La New Age representa en nuestro tiempo una nueva e inmensa gnosis que no es ya defensiva sino invasora y agresi­va; tampoco se circunscribe a un ámbito cultural, sino que es (o pretende ser) planetaria, universal. Se trata del surgimiento de una nueva pretendida sabiduría universal, de la desvincu­lación del hombre de cuántas ligaduras o cauces han creado en torno a él la historia, las creencias y las costumbres, trabán­dole en su expansión y posibilidades. Las demás cosmovisio-nes y religiones podrá verse, a lo sumo, como prefiguraciones superadas de esa liberación universal. El mundo nuevo no estará, como para los descubridores del siglo XV-XVI, en alcanzar nuevos mundos aquí en la tierra, ni siquiera en las ya posibles aventuras espaciales: ese mundo estará en noso­tros mismos, en las drogas psicodélicas y las místicas orienta­les que abrirán el espíritu humano a nuevas «longitudes de onda» en que se liberará el espíritu humano del medio de constricción y normas que él mismo se ha creado.
Cabe preguntarse si New Age es un movimiento planifi­cado desde su origen por un fundador o por un grupo para que sea centro de irradicación o influencia sobre las numero­sas tendencias que en filosofía, en política, en las artes, en las ciencias y hasta en religión parecen llevar hoy su marca; o si, por el contrario, se trata más bien de la convergencia de diversas corrientes que forman un ambiente cada vez más homogéneo hasta culminar en la New Age que sería su auto-conciencia y aglutinación última. Creo más acorde con los hechos esta segunda suposición, sin perjuicio de que, una vez autodefinida New Age se haya convertido posteriormen­te en centro poderosísimo de irradiación.
Esto ha sucedido con todos los grandes movimientos o revoluciones de la historia humana, con las sucesivas revolu­ciones mundiales, en términos de Boixadós. El gnosticismo de la época helenístico-romana no fue inventado por Plotino, por mucho que fuese el autor más significativo de la época. Existieron cinco o más gnosticismos confluyentes hacia el neoplatonismo emanatista de Plotino, que brotará más bien de un ambiente generalizado en la época: la irrupción en el Imperio del monoteísmo judeo-cristiano y el impulso defen­sivo de la civilización grecorromana. Tampoco, siglos ade­lante, fue la ruptura protestante una invención de Lutero: su rebelión no hubiera pasado de un episodio aislado pronta­mente restañado por la Cristiandad si no hubiera caído en un ambiente de rebelión y ruptura con Roma por parte de los países del norte de Europa, resultado final de aquellas gue­rras civiles de la Cristiandad que se conocieron como Guerras de las Investiduras. Ni el motín parisino que dio ori­gen a la Revolución Francesa hubiera pasado de un suceso local de no haber prendido en el marco descreído y rebelde de la Ilustración y de las Societes de Pensée, extendido previa­mente entre aquellos estratos sociales que hubieran debido ser el sostén de la Monarquía y del Viejo Orden. No existie­ron en la Revolución que cambió Europa y América figuras eminentes o significativas. Sólo más tarde, un Napoleón, tomará conciencia de sí en las luchas contra los monarcas europeos e irradiará la Revolución a ambos continentes.
La única revolución que se ha dado en la historia con una fecha precisa y el nombre de un Fundador fue el Cristianismo, que careció de antecedentes, salvo las profecí­as, y de toda convergencia de orígenes diversos. El Cristianismo, que cimentará toda una civilización y una Edad, nació de la persona de Cristo, de su encarnación, y comenzó como fenómeno religioso y social el día de la pri­mera predicación de Cristo.
Parece, pues, que la New Age ha tenido la misma génesis que todos los movimientos humanos: un oscuro rebullir de tendencias más o menos afines a partir de los turbulentos años sesenta; impulsos diversos de un anarquismo totalita­rio, de un individualismo rebelde, de una aversión sorda a todo género de límites y constricción. Su primer y casi único estallido público fue el Mayo de 1968 en París, que sin objeti­vo aparente, hizo tambalearse al Estado francés. Fue así la convergencia y el ensayo de sistematización de tales corrien­tes lo que daría lugar a la New Age o Conspiración de Acuario, que a su vez se ha convertido en centro de irradia­ción y financiación de otras redes de movimientos asimila­dos a su propio espíritu.
En la construcción de un mundo nuevo sin norma y sin Dios en orden sólo a las pulsiones elementales y al bienestar hedonístico universal, ha tenido la Conspiración de Acuario que emplearse sobre todo en la destrucción de la familia, que es vista como el centro de toda constricción. Dícese que las revoluciones ascendentes encuentran enseguida sus méto­dos. La social-democracia y el progresismo se los depara abundantemente: la ley del divorcio vincular, la propagación de la contraconcepción para separar el sexo de la función reproductora, la despenalización del aborto, la legalización de «parejas de hecho» incluso homosexuales... son los medios para una disolución de la familia como habitat nor­mal del hombre. Ello se completa con avances técnicos como la generalización de la TV, cuya sola existencia en los hogares es un disolvente de la intimidad y comunicación familiar, aún sin tener en cuenta el aspecto de sus contenidos.
Otro gran enemigo que batir para alcanzar el «humanis­mo cósmico» es la religión, básicamente la Iglesia Católica, que ha constituido durante casi dos milenios la estructura última del orden y disciplina moral mediante la idea de peca­do, de expiación, de Ley divina. Aquí el espíritu de la New Age parece contar con la experiencia del positivismo de Augusto Comte y con la táctica de Gramsci para transformar, más bien que destruir, la religión dominante. No se puede destruir la religión por sí misma como acontece con la familia a favor de las propias pasiones humanas, porque el hombre es religioso por naturaleza. Es preferible pervertir la religión desde dentro para convertirla en lo que Georges de Nantes llama el MASDU (mouvement d'animation spirituelle de la democratie universelle), y al sacerdocio en asistentes sociales o humanitarios. Y quizá sea éste el ámbito en que, por permi­sión divina, se haya dado el éxito más rápido y visible del Humanismo Cósmico. El triunfo en el Concilio Vaticano II de la corriente modernista que corroía sectores de la Iglesia des­de el siglo pasado, se ha traducido en las corrientes progre­sista y ecumenista que, ante nuestros ojos, disuelven hoy la estructura eclesiástica hasta hacer de lo que fue el principal antemural de la fe y la moral una inconsciente colaboradora de su rápida disolución.
Pero para esta delicuescencia cósmica de la que se supone nacerá la auténtica libertad humana y un mundo feliz, hará falta también atacar a la misma personalidad humana despo­jándola de cuanto le haya aportado la naturaleza, la gracia y la propia historicidad individual o colectiva. Una gigantesca labor de desarraigo del hombre respecto a su familia, su patria, y su fe, se intentará mediante una enseñanza neutra y un condicionamiento de reflejos. Pero varios factores nuevos han venido a potenciar esa desmedulación psicológica: de un lado, la propagación de las drogas (herencia de la guerra de Vietnam) que introducen a los jóvenes en placenteros mun­dos virtuales que les enseñan a desligarse de la realidad cir­cundante hacia estratos psicodélicos. Ello unido a la propa­gación (fomentada y financiada) de las místicas orientales sobre todo budista que mediante sus técnicas de yoga y meditación trascendental, procuran diluir la individualidad hacia objetivos panteísticos. De otra, el avance vertiginoso de la información que pone a todo el mundo en relación poten­cial con todos y se muestra capaz de satisfacer cualquier necesidad o deseo humano, con tal de que éste no trascienda de la esfera de lo sensible y placentero. De otra parte en fin la contaminación de la propia Iglesia Católica, valladar hasta ahora de la integridad personal humana y de una moral de principios y mandamientos. Las reuniones ecuménicas tipo Asís (y las proyectadas para un cercano futuro) así como las aperturas constantes a todas las religiones del mundo son síntomas de este fenómeno.
Incluso la propia relación del hombre con su entorno -la vida cognoscitiva y la vida apetitiva- quedarán vaciadas en la nueva Era o Conspiración de Acuario. Un proverbio esco­lástico dice: nihil volitum nisi praecognitum (no se desea más que lo previamente conocido). Nadie deseaba en el siglo XVIII, por ejemplo, un receptor de radio o de TV. Lo cual puede leerse también a la inversa: nada se conoce sino lo que de alguna manera se quiere o se ama. En efecto, dos hombres que caminen juntos por el campo —digamos un campesino y un poeta— no ven las mismas cosas ante idéntica realidad circundante. Los cultivos y su empero que ve el rústico pasan inadvertidos para el artista, al paso que aquél permanece cie­go para los aspectos estéticos o pintorescos del paisaje que se contempla. Para percibir objetos son necesarias lo que se ha llamado prenociones apercipientes.
A la inversa, —como escribió Saint Exupéry— «no se ve más que con el corazón»: el amante descubre en el rostro o en la voz del amado rasgos o inflexiones que no encontrarán los demás. El turista en países o civilizaciones extrañas no ve en lo que contempla ni una mínima parte de lo que capta quien ama o se interesa por lo que visita. También esta última inte-rrelación de conocer y querer se verá atacada por la nueva civilización que la New Age nos propone. Desvinculado el individuo de su raíz familiar, de su patria y de los lazos con las cosas en que consiste la vida humana, ¿se le podrán apli­car aquellas palabras de Homero: sin familia, sin ley, sin hogar? ¿Y el comentario que de ellas hace Aristóteles: un hombre así sólo respiraría guerra porque sería incapaz de entrañarse con nadie, como sucede a las aves de rapiña? (Política I).
Viene a mi memoria aquella frase de Caro Baroja poco tiempo antes de su muerte: «cuando yo era niño, los viejos de entonces nos miraban con envidia a los niños diciendo: éstos verán las maravillas del siglo XX, nosotros, no, desgraciada­mente. Ahora que somos viejos miramos a los niños de hoy pensando: éstos conocerán el siglo XXI; nosotros, no, afortu­nadamente».
Tal vez el mundo humano último que nos ofrece la New Age vaya más lejos que El Mundo feliz de Aldous Huxley y haya de buscarse, a través de un soporte psicodélico, en la vida virtual que nos pinta Barjavel en su novela Le diable I 'emporte (París, 1955): el «Civilizado» solitario que se exhibía en un museo del año 2000 permanecía sentado en un sillón anatómico en cuyos brazos disponía de un doble teclado de ordenador cuyo uso le proporcionaba todas las sensaciones, imágenes y placeres que pudiera desear mediante excitacio­nes sensoriales y nerviosas. Ese futuro «Civilizado», captado por un mundo virtual, imaginario, sólo sabrá decir «je suis heureux» (soy feliz). Sería así la culminación del ideal psico­délico y hedonista que por múltiples vías propone hoy la New Age. También lo sería de la lucha materialista o socialis­ta por «le bien etre universel».
¿Qué hacer para preservar nuestro mañana cercano, y la vida de quienes dejemos, de este movimiento arrasador en cuanto es forma, medida o simplemente posee realidad? Boixadós apela ante todo a la necesidad de buscar nuestras raíces, apoyarse en ellas y en ellas buscar alimento, como los árboles encuentran en sus raíces la resistencia a los vientos huracanados. Entre esas raíces señala (como argentino) la Hispanidad. A través de los españoles, en efecto, recibió América su fe y su civilización. La España renacentista y tridentina del siglo XVI prolongó la civilización cristiana en una Europa que traicionaba esa fe. De esa salvífica prolonga­ción son hijos en el espíritu y en la sangre los actuales hispa­noamericanos.
Para todos, hijos de la auténtica tradición cristiana, los tiempos actuales de confusión y apostasía programada cons­tituyen el mayor peligro que históricamente se ha dado para la preservación de la fe y, consiguientemente, de la esperan­za. «Tiempo de velar y orar para no sucumbir a estos males venideros y comparecer confiadamente ante el Hijo del hom­bre» (Luc 21,36), Aun cuando la rebelión luciferina que entra­ña la New Age llegue a inundar el mundo que viene, y la con­fusión ecumenista se adueñe de la Iglesia visible, sería éste el tiempo de asirse a las palabras de Nuestro Señor en su dis­curso escatológico (Mt 24,1 a 14; Me 13,1 a 3; Luc 21,5 a 7) en el cual nos previene que «cuando veáis que la abominación de la desolación está instalada en el Lugar Santo, ésa será la hora». Pero en el que también nos asegura misericordiosa­mente que «el que persevere hasta el fin, ese será salvo».

Rafael Gambra

 

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Alberto Boixadós

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En este último lustro del siglo XX, a medida que se acerca el tercer milenio de la Era de Cristo, por todo el mundo se extiende una indefinible impresión de aceleración vertiginosa, algo así como el impul­so que adquieren las aguas de un gran río cuando se acerca a una catarata. Cada uno experimenta esta vivencia a su modo y en el ámbito de su medio, de su quehacer, de su familia, de su calle. Para unos se trata de una transformación súbita en los medios de comunicación y trabajo: la electrónica aplicada a las comunicaciones y a la informática convierte en «alfabeto informático» a quien no renueva anualmente sus conocimientos y técnicas laborales. Otros lo experimentan en su entorno humano, particularmente en sus hijos que, educados por la TV, los ordenadores y la nueva escuela, resultan rápidamente ajenos a cuanto ellos han conocido y amado, incluso a un diálogo sosegado, participativo y con puntos comunes de referencia. Ellos -y no suele ser por su culpa- viven en las prisas del hedonismo, porque es lo único que han recibido: la intuición espontánea de que la vida pasa de prisa y el principio inculpado de que «no hay otra vida que la presente», que «sólo se vive una vez». Sus medios para vivir, en un mundo arrolladoramente tecnificado, son inmensos, pero no conocen -ni tienen tiempo para planteárselo- los fines u objetivos de esa vida. De aquí la propensión creciente a las depresiones patológicas y al suicidio, incluso entre los jóvenes. En tales condiciones, la soledad que conlleva la ancianidad se hace dramática al término de las vidas humanas.
La New Age representa en nuestro tiempo, una nueva e inmensa gnosis que no es ya defensiva sino invasora y agresiva; tampoco se circunscribe a un ámbito cultural, sino que es (o pretende ser) planetaria, universal. Se trata del surgimiento de una nueva pretendida sabiduría universal, de la desvinculación del hombre de cuantas ligaduras o cauces han creado en torno a él, la historia, las creencias y las costumbres, trabándole en su expansión y posibilidades. Las demás cosmovisiones y religiones podrán verse, a lo sumo, como prefiguraciones superadas de esa liberación universal. El mundo nuevo no estará, como para los descubridores del siglo XV-XVI, en alcanzar nuevos mundos aquí en la tierra, ni siquiera en las ya posibles aventuras espaciales: ese mundo estará en nosotros mismos, en las drogas psicodélicas y las místicas orientales que abrirán el espíritu humano a nuevas «longitudes de onda» en que se liberará el espíritu humano del medio de construcción y normas que él mismo ha creado.

 

ÍNDICE


Prólogo       I
La IV Revolución Mundial emergente y los valores raigales de la hispanidad           1
Proyecciones del Nuevo Orden Mundial     38
Breve semblanza histórica del Movimiento New Age (Orígenes y proyecciones)     49
Proyecciones, visibles o no, de la New Age con otros grupos         64
Globalismo  68
La meta del Humanismo Secular: una Sociedad Libre y Universal   70
El Humanismo Secular en el ámbito sociológico      75
Teotihuacán            80
El mundo literario y el Movimiento New Age          82
Escritores inmersos e impulsores del mundo de la New Age           94
James Redfield        95
Louise L. Hay         113
¿Renacimiento religioso?     122
Efectos de la "realidad virtual"         130
Un libro sorprendente         139
Singulares informes de lo que ocurre en ámbitos invadidos por la New Age            158
Sai Baba     166
La New Age y la Teología  174
Fundamentalismo    176
El recurso a las religiones de Asia    177
Ortodoxia y ortopraxia        177
El pragmatismo en la vida cotidiana de la Iglesia      179
Tareas de la Teología          180
La New Age en la educación          184
Su incompatibilidad con la fe católica          188
Aspectos de riesgo  189
Qué hacer   190
Firmes delineamientos de la IVª Gran Revolución Mundial  200
Valiosos testimonios de la vigencia del Movimiento New Age, y la presencia en él de relevantes figuras de la cultura universal           205
La inspiración que vino de Sri Aurobindo    212
El asalto de los medios de comunicación     213
Un panorama desde la perspectiva de 1993             214
La presencia incontrastable de Cristo          222
Recentísimos antecedentes 227
Apéndices
Nº 1: "Transfiguración y Metamorfosis".
(Editorial de la Revista Gladius N2 33,15/8/95, pág. 3 a 6) I
Nº 2: "Hasta para concebir puede ser autosuficiente la mujer".
(Tomado de La Nación, 27 de enero de 1997,1ª Sea, pág. 2)        IV
Nº 3: Salpicón de noticias tomadas al azar de noviembre 1995 y febrero y marzo 1996      VI
- "Cura italiano querría tener un hijo de probeta" (La Voz del Interior, Córdoba - Rep. Arg., 1º de noviembre 1995, pág. 15,1ª Sec)
-      "Una multitud en el Congreso por la Ley sobre procreación".
(La Nación, Buenos Aires - Rep. Arg., 2 de noviembre 1995, pág. 15)
-      "Catequesis al compás del rock".
(La Nación, Buenos Aires - Rep. Arg., 12 de febrero 1996, pág. 2,1ª Sec)
-      "Hillary, ávida de islamismo".
(La Nación, Buenos Aires - Rep. Arg., 13 de marzo 1996,1ª Sea, pág. 15)
Nª 4: "El Dos Mil. La fiebre de la Nueva Era"        
(Artículo de Cesare Medail, publicado en Corriere della Sera, Roma -Italia-, sábado 28 de diciembre de 1996)
Nº 5. "En Thailandia un nirvana colmado de luz.
Católicos y budistas dialogan con la vida".
(Tomado de Ciudad Nueva, N9 365, Bs. As., Rep. Arg., marzo de 1997, págs. 17 a 22) XV
Nº 6: "Primer templo budista de Latinoamérica".
(La Voz del Interior, Córdoba - Rep. Arg., 11 de enero de 1997)  XXI
Nº 7: "El Nuevo Orden Mundial", por Miguel Poradowski
(Tomado de la revista Verbo, Madrid, España, s/f.)            XXII
Nº 8: Carta del Prof. Carlos A. Cancio al autor
(Cba., 15-08-96)    XXVII
Nº 9: Carta abierta de Monseñor Richard Williamson a los amigos, de fecha 19 de mayo de 1997, enviada desde EE.UU. al autor           XXIX

               
 

PRÓLOGO

En este último lustro del siglo XX, a medida que se acerca el tercer milenio de la Era de Cristo, por todo el mundo se extiende una indefinible impresión de aceleración verti­ginosa, algo así como el impulso que adquieren las aguas de un gran río cuando se acerca a una catarata. Cada uno expe­rimenta esta vivencia a su modo y en el ámbito de su medio, de su quehacer, de su familia, de su calle. Para unos se trata de una transformación súbita en los medios de comunicación y trabajo: la electrónica aplicada a las comunicaciones y a la informática convierte en «analfabeto informático» a quien no renueva anualmente sus conocimientos y técnicas laborales. Otros lo experimentan en su entorno humano, particular­mente en sus hijos que, educados por la TV, los ordenadores y la nueva escuela, resultan rápidamente ajenos a cuanto ellos han conocido y amado, incluso a un diálogo sosegado, participativo y con puntos comunes de referencia. Ellos —y no suele ser por su culpa— viven en las prisas y en el hedo­nismo, porque es lo único que han recibido: la intuición espontánea de que la vida pasa de prisa y el principio incul­cado de que «no hay otra vida que la presente», que «sólo se vive una vez». Sus medios para vivir, en un mundo arrolla-doramente tecnificado, son inmensos, pero no conocen —ni tienen tiempo para planteárselo— los fines u objetivos de esa vida. De aquí la propensión creciente a las depresiones pato­lógicas y al suicidio, incluso entre jóvenes. En tales condicio­nes, la soledad que conlleva la ancianidad se hace dramática al término de las vidas humanas.
Otros, en fin, los filósofos —no digo de profesión sino vocacionales— sufren esta vivencia inquietante en un plano superior, universal o cósmico. Porque esta impresión de ace­leración súbita y creciente abarca desde la escuela primaria hasta la religión recibida, pasando por los esquemas menta­les, el arte, la política, las costumbres, la intimidad del pensar y del estar. Este «cierto sabor a fin de mundo (o de época)» se hace hoy común, por más que se prefiera no hablar de ello ni mencionarlo, como acontece a quienes padecen una enferme­dad sin retorno. Aún para los espíritus más refractarios a cábalas escatológicas se han convertido de pronto en textos de curiosidad acuciante al discurso escatológico de Cristo, el Apocalipsis de San Juan, o las profecías de San Malaquías en el siglo XII.
Es este plano superior o totalizador en el que se mueve Alberto Boixadós. Como filósofo (y filósofo de la Historia) no puede quedarse en un nivel parcial de hechos o de modas, o en la resignada aceptación de la evolución, sino que se pre­gunta por la causa de las cosas y por las causas supremas de las que depende esta amplísima y profunda mutación. Ya anteriormente había buceado en esta acuciante problemática en varios libros de gran riqueza de datos y sagacidad inter­pretativa. Me refiero a Arte y Subversión (1997), El Nuevo Orden Mundial y el Movimiento New Age (1994), a los que sigue el que tienes, lector, ante tus ojos: Crónica de una Revolución Anunciada: la cuarta gran Revolución mundial. En él, el Prof. Boixadós, sobre un inmenso acopio de hechos significativos, realiza una hermenéutica en profundidad de cuanto está sucediendo ante nuestros ojos; proceso, o más bien mutación, que, por más que se realice en múltiples fren­tes con un entrelazamiento de movimientos aparentemente distintos, posee una mayor unidad de lo que podría creerse. El autor escudriña este complejo mundo hasta cuanto permi­ten la experiencia actual y la pretérita, en busca de un dicta­men esclarecedor de cuanto está ocurriendo en esta hora de la humanidad, tan perturbadora para los cristianos. Imagino lo que habrá sufrido en esta búsqueda y cómo habrá recorda­do aquella sentencia: ¡desdichado el que comprende!
Tuve la suerte de conocer a Boixadós y a su esposa en un Congreso Internacional celebrado en Lausana (Suiza) hace más de treinta años; para ser exactos, en 1965. Todavía no había estallado esto que conocemos hoy como postmoderni­dad. Ya nos inquietaba, sin embargo, el incierto desarrollo del Concilio Vaticano II que daba mucho que temer. Allá nos fue dado a conocer a las figuras más destacadas de la contra­rrevolución intelectual católica en Francia y Bélgica: Marcel de Corte, Jean Ousset, Gustave Thibon, Maritain... Yo quedé entonces cautivado por el matrimonio Boixadós, por la cor­dialidad y la bondad que emanaba de Alberto, y la dulzura de ella, muy joven a la sazón; por la elegancia y distinción de ambos. Allí quedó sellada nuestra amistad que se ha mante­nido a través de los años con carácter más bien epistolar y de intercambio de publicaciones, aunque revivida episódica­mente en viajes de uno y otro a España o Argentina.
Si hubiéramos de caracterizar en un trazo esto que he lla­mado la postmodernidad, en la que nos encontramos inmer­sos, yo diría que es el abandono por parte del hombre con­temporáneo de la fe o el ideal racionalista que se forjaron a lo largo de la edad Moderna. Han pasado el existencialismo y los diversos tipos de historicismo y vitalismo, así como una larga experiencia histórica. Ya no existen para ese hombre ni la fe religiosa ni la fe en el progreso indefinido del saber humano hacia una omnisciencia en la que nada escape a la investigación racional o científica. Ahora, reducido el hom­bre a su existencialidad pura y, a la vez, divinizándose a sí mismo, se propone el objetivo de la comprensión universal y la asimilación de cuanto es humano, de toda creación cultu­ral humana. Este ideal se expresa en la tolerancia y en un diá­logo por principio exento de cualquier límite preconcebido, abierto y, por ello mismo, enriquecedor del Hombre, objeto único de adoración. La democracia sin principios preconsti-tucionales y el ecumenismo sincretista serán los correlatos de esa actitud en el orden político y en el religioso. La ruptura de toda frontera nacional, cultural, religiosa, moral o fami­liar, la guerra sin cuartel contra toda autoridad, norma o principio, serán los supuestos necesarios para este diálogo integrador. Un relativismo antropocéntrico sin límites y un imperativo de antitrascendencia serán, en definitiva, sus ras­gos determinantes. (Los grandes promotores de las diversas corrientes postmodernas viajan continuamente en conforta­bles aviones a reacción. Sería de ver el terror que se apodera­ría de ellos si, en pleno vuelo, se les comunicara que se han suprimido las rutas y niveles obligatorios de navegación aérea y que desde ese momento pueden los aviones volar a su arbitrio, sin control terrestre, y aterrizar como y donde quieran. Quizá meditasen entonces en el viejo principio que tratan de olvidar: «donde todo es posible, ya nada puede hacerse»).
En medio del hervidero actual de sectas gnósticas, movi­mientos liberados y sincretismos panteístas más o menos orientales, destaca el movimiento autodenominado New Age, (Nueva Edad), también conocido como Conspiración de Acuario y Humanismo Cósmico, que es, clarividentemente, el objeto principal de los dos últimos libros de Alberto Boixadós. Podría caracterizarse a la New Age como una inmensa gnosis de aspiración planetaria; pero no una gnosis defensiva como las que surgieron entre el siglo II y el IV en el ámbito europeo, sino una gnosis agresiva y envolvente que aspira a crear un orden nuevo coincidente con el ingreso de nuestro planeta en la constelación de Acuario, por abandono de la de Piscis, que estuvo regida por una cosmovisión cristiana.
Gnosis, como se sabe, significa sabiduría puramente humana (empírica o racional) y se oponía a pistis, que signi­fica la fe. Los movimientos gnósticos de aquella época hele-nístico-romana surgieron como reacción del espíritu greco-latino frente a la irrupción de las nuevas religiones monoteís­tas, sobre todo el Cristianismo. Esto era visto por griegos y romanos como una humillación a su propia civilización, por más que la religión politeísta antigua estuviera en esa época en plena crisis de descreimiento. Los gnósticos, señalada­mente Plotino, constituyeron un sincretismo filosófico-místi-co a base de una interpretación peculiar de Platón, al que mezclaban remotos esoterismos griegos como el pitagorismo y los mitos órficos. Esto era para ellos la verdadera sabiduría y una reivindicación de la tradición greco-latina, al paso que el cristianismo sería sólo una fe, especie de versión populari­zada de esa misma sabiduría para uso del vulgo, incapaz de comprenderla si no es mediante tales narrativas. Se trata así de una reivindicación de la cultura clásica por oposición al cristianismo, al que interpreta como mera tabulación popu­lar. El gnosticismo antiguo pasó: ni salvó a la religión pagana que corrió hacia su extinción final, ni detuvo el avance impe­tuoso del cristianismo. Sólo dejó una herida en el cuerpo de la Iglesia: el arrianismo, que fue la primera gran herejía del cristianismo y que resultó del contagio de las gnosis neopla-tónicas, que pretendían hacer del cristianismo una acusación no divina de la emanación plotiniana. Vencido éste también, sólo quedó de aquella gnosis el recuerdo y un germen laten­te, nunca desaparecido, de rebeldía humanista y panteísta.
La New Age representa en nuestro tiempo una nueva e inmensa gnosis que no es ya defensiva sino invasora y agresi­va; tampoco se circunscribe a un ámbito cultural, sino que es (o pretende ser) planetaria, universal. Se trata del surgimiento de una nueva pretendida sabiduría universal, de la desvincu­lación del hombre de cuántas ligaduras o cauces han creado en torno a él la historia, las creencias y las costumbres, trabán­dole en su expansión y posibilidades. Las demás cosmovisio-nes y religiones podrá verse, a lo sumo, como prefiguraciones superadas de esa liberación universal. El mundo nuevo no estará, como para los descubridores del siglo XV-XVI, en alcanzar nuevos mundos aquí en la tierra, ni siquiera en las ya posibles aventuras espaciales: ese mundo estará en noso­tros mismos, en las drogas psicodélicas y las místicas orienta­les que abrirán el espíritu humano a nuevas «longitudes de onda» en que se liberará el espíritu humano del medio de constricción y normas que él mismo se ha creado.
Cabe preguntarse si New Age es un movimiento planifi­cado desde su origen por un fundador o por un grupo para que sea centro de irradicación o influencia sobre las numero­sas tendencias que en filosofía, en política, en las artes, en las ciencias y hasta en religión parecen llevar hoy su marca; o si, por el contrario, se trata más bien de la convergencia de diversas corrientes que forman un ambiente cada vez más homogéneo hasta culminar en la New Age que sería su auto-conciencia y aglutinación última. Creo más acorde con los hechos esta segunda suposición, sin perjuicio de que, una vez autodefinida New Age se haya convertido posteriormen­te en centro poderosísimo de irradiación.
Esto ha sucedido con todos los grandes movimientos o revoluciones de la historia humana, con las sucesivas revolu­ciones mundiales, en términos de Boixadós. El gnosticismo de la época helenístico-romana no fue inventado por Plotino, por mucho que fuese el autor más significativo de la época. Existieron cinco o más gnosticismos confluyentes hacia el neoplatonismo emanatista de Plotino, que brotará más bien de un ambiente generalizado en la época: la irrupción en el Imperio del monoteísmo judeo-cristiano y el impulso defen­sivo de la civilización grecorromana. Tampoco, siglos ade­lante, fue la ruptura protestante una invención de Lutero: su rebelión no hubiera pasado de un episodio aislado pronta­mente restañado por la Cristiandad si no hubiera caído en un ambiente de rebelión y ruptura con Roma por parte de los países del norte de Europa, resultado final de aquellas gue­rras civiles de la Cristiandad que se conocieron como Guerras de las Investiduras. Ni el motín parisino que dio ori­gen a la Revolución Francesa hubiera pasado de un suceso local de no haber prendido en el marco descreído y rebelde de la Ilustración y de las Societes de Pensée, extendido previa­mente entre aquellos estratos sociales que hubieran debido ser el sostén de la Monarquía y del Viejo Orden. No existie­ron en la Revolución que cambió Europa y América figuras eminentes o significativas. Sólo más tarde, un Napoleón, tomará conciencia de sí en las luchas contra los monarcas europeos e irradiará la Revolución a ambos continentes.
La única revolución que se ha dado en la historia con una fecha precisa y el nombre de un Fundador fue el Cristianismo, que careció de antecedentes, salvo las profecí­as, y de toda convergencia de orígenes diversos. El Cristianismo, que cimentará toda una civilización y una Edad, nació de la persona de Cristo, de su encarnación, y comenzó como fenómeno religioso y social el día de la pri­mera predicación de Cristo.
Parece, pues, que la New Age ha tenido la misma génesis que todos los movimientos humanos: un oscuro rebullir de tendencias más o menos afines a partir de los turbulentos años sesenta; impulsos diversos de un anarquismo totalita­rio, de un individualismo rebelde, de una aversión sorda a todo género de límites y constricción. Su primer y casi único estallido público fue el Mayo de 1968 en París, que sin objeti­vo aparente, hizo tambalearse al Estado francés. Fue así la convergencia y el ensayo de sistematización de tales corrien­tes lo que daría lugar a la New Age o Conspiración de Acuario, que a su vez se ha convertido en centro de irradia­ción y financiación de otras redes de movimientos asimila­dos a su propio espíritu.
En la construcción de un mundo nuevo sin norma y sin Dios en orden sólo a las pulsiones elementales y al bienestar hedonístico universal, ha tenido la Conspiración de Acuario que emplearse sobre todo en la destrucción de la familia, que es vista como el centro de toda constricción. Dícese que las revoluciones ascendentes encuentran enseguida sus méto­dos. La social-democracia y el progresismo se los depara abundantemente: la ley del divorcio vincular, la propagación de la contraconcepción para separar el sexo de la función reproductora, la despenalización del aborto, la legalización de «parejas de hecho» incluso homosexuales... son los medios para una disolución de la familia como habitat nor­mal del hombre. Ello se completa con avances técnicos como la generalización de la TV, cuya sola existencia en los hogares es un disolvente de la intimidad y comunicación familiar, aún sin tener en cuenta el aspecto de sus contenidos.
Otro gran enemigo que batir para alcanzar el «humanis­mo cósmico» es la religión, básicamente la Iglesia Católica, que ha constituido durante casi dos milenios la estructura última del orden y disciplina moral mediante la idea de peca­do, de expiación, de Ley divina. Aquí el espíritu de la New Age parece contar con la experiencia del positivismo de Augusto Comte y con la táctica de Gramsci para transformar, más bien que destruir, la religión dominante. No se puede destruir la religión por sí misma como acontece con la familia a favor de las propias pasiones humanas, porque el hombre es religioso por naturaleza. Es preferible pervertir la religión desde dentro para convertirla en lo que Georges de Nantes llama el MASDU (mouvement d'animation spirituelle de la democratie universelle), y al sacerdocio en asistentes sociales o humanitarios. Y quizá sea éste el ámbito en que, por permi­sión divina, se haya dado el éxito más rápido y visible del Humanismo Cósmico. El triunfo en el Concilio Vaticano II de la corriente modernista que corroía sectores de la Iglesia des­de el siglo pasado, se ha traducido en las corrientes progre­sista y ecumenista que, ante nuestros ojos, disuelven hoy la estructura eclesiástica hasta hacer de lo que fue el principal antemural de la fe y la moral una inconsciente colaboradora de su rápida disolución.
Pero para esta delicuescencia cósmica de la que se supone nacerá la auténtica libertad humana y un mundo feliz, hará falta también atacar a la misma personalidad humana despo­jándola de cuanto le haya aportado la naturaleza, la gracia y la propia historicidad individual o colectiva. Una gigantesca labor de desarraigo del hombre respecto a su familia, su patria, y su fe, se intentará mediante una enseñanza neutra y un condicionamiento de reflejos. Pero varios factores nuevos han venido a potenciar esa desmedulación psicológica: de un lado, la propagación de las drogas (herencia de la guerra de Vietnam) que introducen a los jóvenes en placenteros mun­dos virtuales que les enseñan a desligarse de la realidad cir­cundante hacia estratos psicodélicos. Ello unido a la propa­gación (fomentada y financiada) de las místicas orientales sobre todo budista que mediante sus técnicas de yoga y meditación trascendental, procuran diluir la individualidad hacia objetivos panteísticos. De otra, el avance vertiginoso de la información que pone a todo el mundo en relación poten­cial con todos y se muestra capaz de satisfacer cualquier necesidad o deseo humano, con tal de que éste no trascienda de la esfera de lo sensible y placentero. De otra parte en fin la contaminación de la propia Iglesia Católica, valladar hasta ahora de la integridad personal humana y de una moral de principios y mandamientos. Las reuniones ecuménicas tipo Asís (y las proyectadas para un cercano futuro) así como las aperturas constantes a todas las religiones del mundo son síntomas de este fenómeno.
Incluso la propia relación del hombre con su entorno -la vida cognoscitiva y la vida apetitiva- quedarán vaciadas en la nueva Era o Conspiración de Acuario. Un proverbio esco­lástico dice: nihil volitum nisi praecognitum (no se desea más que lo previamente conocido). Nadie deseaba en el siglo XVIII, por ejemplo, un receptor de radio o de TV. Lo cual puede leerse también a la inversa: nada se conoce sino lo que de alguna manera se quiere o se ama. En efecto, dos hombres que caminen juntos por el campo —digamos un campesino y un poeta— no ven las mismas cosas ante idéntica realidad circundante. Los cultivos y su empero que ve el rústico pasan inadvertidos para el artista, al paso que aquél permanece cie­go para los aspectos estéticos o pintorescos del paisaje que se contempla. Para percibir objetos son necesarias lo que se ha llamado prenociones apercipientes.
A la inversa, —como escribió Saint Exupéry— «no se ve más que con el corazón»: el amante descubre en el rostro o en la voz del amado rasgos o inflexiones que no encontrarán los demás. El turista en países o civilizaciones extrañas no ve en lo que contempla ni una mínima parte de lo que capta quien ama o se interesa por lo que visita. También esta última inte-rrelación de conocer y querer se verá atacada por la nueva civilización que la New Age nos propone. Desvinculado el individuo de su raíz familiar, de su patria y de los lazos con las cosas en que consiste la vida humana, ¿se le podrán apli­car aquellas palabras de Homero: sin familia, sin ley, sin hogar? ¿Y el comentario que de ellas hace Aristóteles: un hombre así sólo respiraría guerra porque sería incapaz de entrañarse con nadie, como sucede a las aves de rapiña? (Política I).
Viene a mi memoria aquella frase de Caro Baroja poco tiempo antes de su muerte: «cuando yo era niño, los viejos de entonces nos miraban con envidia a los niños diciendo: éstos verán las maravillas del siglo XX, nosotros, no, desgraciada­mente. Ahora que somos viejos miramos a los niños de hoy pensando: éstos conocerán el siglo XXI; nosotros, no, afortu­nadamente».
Tal vez el mundo humano último que nos ofrece la New Age vaya más lejos que El Mundo feliz de Aldous Huxley y haya de buscarse, a través de un soporte psicodélico, en la vida virtual que nos pinta Barjavel en su novela Le diable I 'emporte (París, 1955): el «Civilizado» solitario que se exhibía en un museo del año 2000 permanecía sentado en un sillón anatómico en cuyos brazos disponía de un doble teclado de ordenador cuyo uso le proporcionaba todas las sensaciones, imágenes y placeres que pudiera desear mediante excitacio­nes sensoriales y nerviosas. Ese futuro «Civilizado», captado por un mundo virtual, imaginario, sólo sabrá decir «je suis heureux» (soy feliz). Sería así la culminación del ideal psico­délico y hedonista que por múltiples vías propone hoy la New Age. También lo sería de la lucha materialista o socialis­ta por «le bien etre universel».
¿Qué hacer para preservar nuestro mañana cercano, y la vida de quienes dejemos, de este movimiento arrasador en cuanto es forma, medida o simplemente posee realidad? Boixadós apela ante todo a la necesidad de buscar nuestras raíces, apoyarse en ellas y en ellas buscar alimento, como los árboles encuentran en sus raíces la resistencia a los vientos huracanados. Entre esas raíces señala (como argentino) la Hispanidad. A través de los españoles, en efecto, recibió América su fe y su civilización. La España renacentista y tridentina del siglo XVI prolongó la civilización cristiana en una Europa que traicionaba esa fe. De esa salvífica prolonga­ción son hijos en el espíritu y en la sangre los actuales hispa­noamericanos.
Para todos, hijos de la auténtica tradición cristiana, los tiempos actuales de confusión y apostasía programada cons­tituyen el mayor peligro que históricamente se ha dado para la preservación de la fe y, consiguientemente, de la esperan­za. «Tiempo de velar y orar para no sucumbir a estos males venideros y comparecer confiadamente ante el Hijo del hom­bre» (Luc 21,36), Aun cuando la rebelión luciferina que entra­ña la New Age llegue a inundar el mundo que viene, y la con­fusión ecumenista se adueñe de la Iglesia visible, sería éste el tiempo de asirse a las palabras de Nuestro Señor en su dis­curso escatológico (Mt 24,1 a 14; Me 13,1 a 3; Luc 21,5 a 7) en el cual nos previene que «cuando veáis que la abominación de la desolación está instalada en el Lugar Santo, ésa será la hora». Pero en el que también nos asegura misericordiosa­mente que «el que persevere hasta el fin, ese será salvo».

Rafael Gambra

 

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Crónica de una Revolución anunciada

"La IV Gran Revolución Mundial"
Primera: la Reforma
Segunda: la Francesa
Tercera: la Marxista
LA CUARTA: ¿Una sin igual red de redes —digital y global— liderada por la NEW AGE (Conspiración de Acuario)?

Alberto Boixadós

Crónica de una Revolución anunciada - Alberto Boixadós

282 páginas
Ediciones Theoria
1997

Encuadernación rústica
 Precio para Argentina: 39 pesos
 Precio internacional: 12 euros

 

En este último lustro del siglo XX, a medida que se acerca el tercer milenio de la Era de Cristo, por todo el mundo se extiende una indefinible impresión de aceleración vertiginosa, algo así como el impul­so que adquieren las aguas de un gran río cuando se acerca a una catarata. Cada uno experimenta esta vivencia a su modo y en el ámbito de su medio, de su quehacer, de su familia, de su calle. Para unos se trata de una transformación súbita en los medios de comunicación y trabajo: la electrónica aplicada a las comunicaciones y a la informática convierte en «alfabeto informático» a quien no renueva anualmente sus conocimientos y técnicas laborales. Otros lo experimentan en su entorno humano, particularmente en sus hijos que, educados por la TV, los ordenadores y la nueva escuela, resultan rápidamente ajenos a cuanto ellos han conocido y amado, incluso a un diálogo sosegado, participativo y con puntos comunes de referencia. Ellos -y no suele ser por su culpa- viven en las prisas del hedonismo, porque es lo único que han recibido: la intuición espontánea de que la vida pasa de prisa y el principio inculpado de que «no hay otra vida que la presente», que «sólo se vive una vez». Sus medios para vivir, en un mundo arrolladoramente tecnificado, son inmensos, pero no conocen -ni tienen tiempo para planteárselo- los fines u objetivos de esa vida. De aquí la propensión creciente a las depresiones patológicas y al suicidio, incluso entre los jóvenes. En tales condiciones, la soledad que conlleva la ancianidad se hace dramática al término de las vidas humanas.
La New Age representa en nuestro tiempo, una nueva e inmensa gnosis que no es ya defensiva sino invasora y agresiva; tampoco se circunscribe a un ámbito cultural, sino que es (o pretende ser) planetaria, universal. Se trata del surgimiento de una nueva pretendida sabiduría universal, de la desvinculación del hombre de cuantas ligaduras o cauces han creado en torno a él, la historia, las creencias y las costumbres, trabándole en su expansión y posibilidades. Las demás cosmovisiones y religiones podrán verse, a lo sumo, como prefiguraciones superadas de esa liberación universal. El mundo nuevo no estará, como para los descubridores del siglo XV-XVI, en alcanzar nuevos mundos aquí en la tierra, ni siquiera en las ya posibles aventuras espaciales: ese mundo estará en nosotros mismos, en las drogas psicodélicas y las místicas orientales que abrirán el espíritu humano a nuevas «longitudes de onda» en que se liberará el espíritu humano del medio de construcción y normas que él mismo ha creado.

 

ÍNDICE


Prólogo       I
La IV Revolución Mundial emergente y los valores raigales de la hispanidad           1
Proyecciones del Nuevo Orden Mundial     38
Breve semblanza histórica del Movimiento New Age (Orígenes y proyecciones)     49
Proyecciones, visibles o no, de la New Age con otros grupos         64
Globalismo  68
La meta del Humanismo Secular: una Sociedad Libre y Universal   70
El Humanismo Secular en el ámbito sociológico      75
Teotihuacán            80
El mundo literario y el Movimiento New Age          82
Escritores inmersos e impulsores del mundo de la New Age           94
James Redfield        95
Louise L. Hay         113
¿Renacimiento religioso?     122
Efectos de la "realidad virtual"         130
Un libro sorprendente         139
Singulares informes de lo que ocurre en ámbitos invadidos por la New Age            158
Sai Baba     166
La New Age y la Teología  174
Fundamentalismo    176
El recurso a las religiones de Asia    177
Ortodoxia y ortopraxia        177
El pragmatismo en la vida cotidiana de la Iglesia      179
Tareas de la Teología          180
La New Age en la educación          184
Su incompatibilidad con la fe católica          188
Aspectos de riesgo  189
Qué hacer   190
Firmes delineamientos de la IVª Gran Revolución Mundial  200
Valiosos testimonios de la vigencia del Movimiento New Age, y la presencia en él de relevantes figuras de la cultura universal           205
La inspiración que vino de Sri Aurobindo    212
El asalto de los medios de comunicación     213
Un panorama desde la perspectiva de 1993             214
La presencia incontrastable de Cristo          222
Recentísimos antecedentes 227
Apéndices
Nº 1: "Transfiguración y Metamorfosis".
(Editorial de la Revista Gladius N2 33,15/8/95, pág. 3 a 6) I
Nº 2: "Hasta para concebir puede ser autosuficiente la mujer".
(Tomado de La Nación, 27 de enero de 1997,1ª Sea, pág. 2)        IV
Nº 3: Salpicón de noticias tomadas al azar de noviembre 1995 y febrero y marzo 1996      VI
- "Cura italiano querría tener un hijo de probeta" (La Voz del Interior, Córdoba - Rep. Arg., 1º de noviembre 1995, pág. 15,1ª Sec)
-      "Una multitud en el Congreso por la Ley sobre procreación".
(La Nación, Buenos Aires - Rep. Arg., 2 de noviembre 1995, pág. 15)
-      "Catequesis al compás del rock".
(La Nación, Buenos Aires - Rep. Arg., 12 de febrero 1996, pág. 2,1ª Sec)
-      "Hillary, ávida de islamismo".
(La Nación, Buenos Aires - Rep. Arg., 13 de marzo 1996,1ª Sea, pág. 15)
Nª 4: "El Dos Mil. La fiebre de la Nueva Era"        
(Artículo de Cesare Medail, publicado en Corriere della Sera, Roma -Italia-, sábado 28 de diciembre de 1996)
Nº 5. "En Thailandia un nirvana colmado de luz.
Católicos y budistas dialogan con la vida".
(Tomado de Ciudad Nueva, N9 365, Bs. As., Rep. Arg., marzo de 1997, págs. 17 a 22) XV
Nº 6: "Primer templo budista de Latinoamérica".
(La Voz del Interior, Córdoba - Rep. Arg., 11 de enero de 1997)  XXI
Nº 7: "El Nuevo Orden Mundial", por Miguel Poradowski
(Tomado de la revista Verbo, Madrid, España, s/f.)            XXII
Nº 8: Carta del Prof. Carlos A. Cancio al autor
(Cba., 15-08-96)    XXVII
Nº 9: Carta abierta de Monseñor Richard Williamson a los amigos, de fecha 19 de mayo de 1997, enviada desde EE.UU. al autor           XXIX

               
 

PRÓLOGO

En este último lustro del siglo XX, a medida que se acerca el tercer milenio de la Era de Cristo, por todo el mundo se extiende una indefinible impresión de aceleración verti­ginosa, algo así como el impulso que adquieren las aguas de un gran río cuando se acerca a una catarata. Cada uno expe­rimenta esta vivencia a su modo y en el ámbito de su medio, de su quehacer, de su familia, de su calle. Para unos se trata de una transformación súbita en los medios de comunicación y trabajo: la electrónica aplicada a las comunicaciones y a la informática convierte en «analfabeto informático» a quien no renueva anualmente sus conocimientos y técnicas laborales. Otros lo experimentan en su entorno humano, particular­mente en sus hijos que, educados por la TV, los ordenadores y la nueva escuela, resultan rápidamente ajenos a cuanto ellos han conocido y amado, incluso a un diálogo sosegado, participativo y con puntos comunes de referencia. Ellos —y no suele ser por su culpa— viven en las prisas y en el hedo­nismo, porque es lo único que han recibido: la intuición espontánea de que la vida pasa de prisa y el principio incul­cado de que «no hay otra vida que la presente», que «sólo se vive una vez». Sus medios para vivir, en un mundo arrolla-doramente tecnificado, son inmensos, pero no conocen —ni tienen tiempo para planteárselo— los fines u objetivos de esa vida. De aquí la propensión creciente a las depresiones pato­lógicas y al suicidio, incluso entre jóvenes. En tales condicio­nes, la soledad que conlleva la ancianidad se hace dramática al término de las vidas humanas.
Otros, en fin, los filósofos —no digo de profesión sino vocacionales— sufren esta vivencia inquietante en un plano superior, universal o cósmico. Porque esta impresión de ace­leración súbita y creciente abarca desde la escuela primaria hasta la religión recibida, pasando por los esquemas menta­les, el arte, la política, las costumbres, la intimidad del pensar y del estar. Este «cierto sabor a fin de mundo (o de época)» se hace hoy común, por más que se prefiera no hablar de ello ni mencionarlo, como acontece a quienes padecen una enferme­dad sin retorno. Aún para los espíritus más refractarios a cábalas escatológicas se han convertido de pronto en textos de curiosidad acuciante al discurso escatológico de Cristo, el Apocalipsis de San Juan, o las profecías de San Malaquías en el siglo XII.
Es este plano superior o totalizador en el que se mueve Alberto Boixadós. Como filósofo (y filósofo de la Historia) no puede quedarse en un nivel parcial de hechos o de modas, o en la resignada aceptación de la evolución, sino que se pre­gunta por la causa de las cosas y por las causas supremas de las que depende esta amplísima y profunda mutación. Ya anteriormente había buceado en esta acuciante problemática en varios libros de gran riqueza de datos y sagacidad inter­pretativa. Me refiero a Arte y Subversión (1997), El Nuevo Orden Mundial y el Movimiento New Age (1994), a los que sigue el que tienes, lector, ante tus ojos: Crónica de una Revolución Anunciada: la cuarta gran Revolución mundial. En él, el Prof. Boixadós, sobre un inmenso acopio de hechos significativos, realiza una hermenéutica en profundidad de cuanto está sucediendo ante nuestros ojos; proceso, o más bien mutación, que, por más que se realice en múltiples fren­tes con un entrelazamiento de movimientos aparentemente distintos, posee una mayor unidad de lo que podría creerse. El autor escudriña este complejo mundo hasta cuanto permi­ten la experiencia actual y la pretérita, en busca de un dicta­men esclarecedor de cuanto está ocurriendo en esta hora de la humanidad, tan perturbadora para los cristianos. Imagino lo que habrá sufrido en esta búsqueda y cómo habrá recorda­do aquella sentencia: ¡desdichado el que comprende!
Tuve la suerte de conocer a Boixadós y a su esposa en un Congreso Internacional celebrado en Lausana (Suiza) hace más de treinta años; para ser exactos, en 1965. Todavía no había estallado esto que conocemos hoy como postmoderni­dad. Ya nos inquietaba, sin embargo, el incierto desarrollo del Concilio Vaticano II que daba mucho que temer. Allá nos fue dado a conocer a las figuras más destacadas de la contra­rrevolución intelectual católica en Francia y Bélgica: Marcel de Corte, Jean Ousset, Gustave Thibon, Maritain... Yo quedé entonces cautivado por el matrimonio Boixadós, por la cor­dialidad y la bondad que emanaba de Alberto, y la dulzura de ella, muy joven a la sazón; por la elegancia y distinción de ambos. Allí quedó sellada nuestra amistad que se ha mante­nido a través de los años con carácter más bien epistolar y de intercambio de publicaciones, aunque revivida episódica­mente en viajes de uno y otro a España o Argentina.
Si hubiéramos de caracterizar en un trazo esto que he lla­mado la postmodernidad, en la que nos encontramos inmer­sos, yo diría que es el abandono por parte del hombre con­temporáneo de la fe o el ideal racionalista que se forjaron a lo largo de la edad Moderna. Han pasado el existencialismo y los diversos tipos de historicismo y vitalismo, así como una larga experiencia histórica. Ya no existen para ese hombre ni la fe religiosa ni la fe en el progreso indefinido del saber humano hacia una omnisciencia en la que nada escape a la investigación racional o científica. Ahora, reducido el hom­bre a su existencialidad pura y, a la vez, divinizándose a sí mismo, se propone el objetivo de la comprensión universal y la asimilación de cuanto es humano, de toda creación cultu­ral humana. Este ideal se expresa en la tolerancia y en un diá­logo por principio exento de cualquier límite preconcebido, abierto y, por ello mismo, enriquecedor del Hombre, objeto único de adoración. La democracia sin principios preconsti-tucionales y el ecumenismo sincretista serán los correlatos de esa actitud en el orden político y en el religioso. La ruptura de toda frontera nacional, cultural, religiosa, moral o fami­liar, la guerra sin cuartel contra toda autoridad, norma o principio, serán los supuestos necesarios para este diálogo integrador. Un relativismo antropocéntrico sin límites y un imperativo de antitrascendencia serán, en definitiva, sus ras­gos determinantes. (Los grandes promotores de las diversas corrientes postmodernas viajan continuamente en conforta­bles aviones a reacción. Sería de ver el terror que se apodera­ría de ellos si, en pleno vuelo, se les comunicara que se han suprimido las rutas y niveles obligatorios de navegación aérea y que desde ese momento pueden los aviones volar a su arbitrio, sin control terrestre, y aterrizar como y donde quieran. Quizá meditasen entonces en el viejo principio que tratan de olvidar: «donde todo es posible, ya nada puede hacerse»).
En medio del hervidero actual de sectas gnósticas, movi­mientos liberados y sincretismos panteístas más o menos orientales, destaca el movimiento autodenominado New Age, (Nueva Edad), también conocido como Conspiración de Acuario y Humanismo Cósmico, que es, clarividentemente, el objeto principal de los dos últimos libros de Alberto Boixadós. Podría caracterizarse a la New Age como una inmensa gnosis de aspiración planetaria; pero no una gnosis defensiva como las que surgieron entre el siglo II y el IV en el ámbito europeo, sino una gnosis agresiva y envolvente que aspira a crear un orden nuevo coincidente con el ingreso de nuestro planeta en la constelación de Acuario, por abandono de la de Piscis, que estuvo regida por una cosmovisión cristiana.
Gnosis, como se sabe, significa sabiduría puramente humana (empírica o racional) y se oponía a pistis, que signi­fica la fe. Los movimientos gnósticos de aquella época hele-nístico-romana surgieron como reacción del espíritu greco-latino frente a la irrupción de las nuevas religiones monoteís­tas, sobre todo el Cristianismo. Esto era visto por griegos y romanos como una humillación a su propia civilización, por más que la religión politeísta antigua estuviera en esa época en plena crisis de descreimiento. Los gnósticos, señalada­mente Plotino, constituyeron un sincretismo filosófico-místi-co a base de una interpretación peculiar de Platón, al que mezclaban remotos esoterismos griegos como el pitagorismo y los mitos órficos. Esto era para ellos la verdadera sabiduría y una reivindicación de la tradición greco-latina, al paso que el cristianismo sería sólo una fe, especie de versión populari­zada de esa misma sabiduría para uso del vulgo, incapaz de comprenderla si no es mediante tales narrativas. Se trata así de una reivindicación de la cultura clásica por oposición al cristianismo, al que interpreta como mera tabulación popu­lar. El gnosticismo antiguo pasó: ni salvó a la religión pagana que corrió hacia su extinción final, ni detuvo el avance impe­tuoso del cristianismo. Sólo dejó una herida en el cuerpo de la Iglesia: el arrianismo, que fue la primera gran herejía del cristianismo y que resultó del contagio de las gnosis neopla-tónicas, que pretendían hacer del cristianismo una acusación no divina de la emanación plotiniana. Vencido éste también, sólo quedó de aquella gnosis el recuerdo y un germen laten­te, nunca desaparecido, de rebeldía humanista y panteísta.
La New Age representa en nuestro tiempo una nueva e inmensa gnosis que no es ya defensiva sino invasora y agresi­va; tampoco se circunscribe a un ámbito cultural, sino que es (o pretende ser) planetaria, universal. Se trata del surgimiento de una nueva pretendida sabiduría universal, de la desvincu­lación del hombre de cuántas ligaduras o cauces han creado en torno a él la historia, las creencias y las costumbres, trabán­dole en su expansión y posibilidades. Las demás cosmovisio-nes y religiones podrá verse, a lo sumo, como prefiguraciones superadas de esa liberación universal. El mundo nuevo no estará, como para los descubridores del siglo XV-XVI, en alcanzar nuevos mundos aquí en la tierra, ni siquiera en las ya posibles aventuras espaciales: ese mundo estará en noso­tros mismos, en las drogas psicodélicas y las místicas orienta­les que abrirán el espíritu humano a nuevas «longitudes de onda» en que se liberará el espíritu humano del medio de constricción y normas que él mismo se ha creado.
Cabe preguntarse si New Age es un movimiento planifi­cado desde su origen por un fundador o por un grupo para que sea centro de irradicación o influencia sobre las numero­sas tendencias que en filosofía, en política, en las artes, en las ciencias y hasta en religión parecen llevar hoy su marca; o si, por el contrario, se trata más bien de la convergencia de diversas corrientes que forman un ambiente cada vez más homogéneo hasta culminar en la New Age que sería su auto-conciencia y aglutinación última. Creo más acorde con los hechos esta segunda suposición, sin perjuicio de que, una vez autodefinida New Age se haya convertido posteriormen­te en centro poderosísimo de irradiación.
Esto ha sucedido con todos los grandes movimientos o revoluciones de la historia humana, con las sucesivas revolu­ciones mundiales, en términos de Boixadós. El gnosticismo de la época helenístico-romana no fue inventado por Plotino, por mucho que fuese el autor más significativo de la época. Existieron cinco o más gnosticismos confluyentes hacia el neoplatonismo emanatista de Plotino, que brotará más bien de un ambiente generalizado en la época: la irrupción en el Imperio del monoteísmo judeo-cristiano y el impulso defen­sivo de la civilización grecorromana. Tampoco, siglos ade­lante, fue la ruptura protestante una invención de Lutero: su rebelión no hubiera pasado de un episodio aislado pronta­mente restañado por la Cristiandad si no hubiera caído en un ambiente de rebelión y ruptura con Roma por parte de los países del norte de Europa, resultado final de aquellas gue­rras civiles de la Cristiandad que se conocieron como Guerras de las Investiduras. Ni el motín parisino que dio ori­gen a la Revolución Francesa hubiera pasado de un suceso local de no haber prendido en el marco descreído y rebelde de la Ilustración y de las Societes de Pensée, extendido previa­mente entre aquellos estratos sociales que hubieran debido ser el sostén de la Monarquía y del Viejo Orden. No existie­ron en la Revolución que cambió Europa y América figuras eminentes o significativas. Sólo más tarde, un Napoleón, tomará conciencia de sí en las luchas contra los monarcas europeos e irradiará la Revolución a ambos continentes.
La única revolución que se ha dado en la historia con una fecha precisa y el nombre de un Fundador fue el Cristianismo, que careció de antecedentes, salvo las profecí­as, y de toda convergencia de orígenes diversos. El Cristianismo, que cimentará toda una civilización y una Edad, nació de la persona de Cristo, de su encarnación, y comenzó como fenómeno religioso y social el día de la pri­mera predicación de Cristo.
Parece, pues, que la New Age ha tenido la misma génesis que todos los movimientos humanos: un oscuro rebullir de tendencias más o menos afines a partir de los turbulentos años sesenta; impulsos diversos de un anarquismo totalita­rio, de un individualismo rebelde, de una aversión sorda a todo género de límites y constricción. Su primer y casi único estallido público fue el Mayo de 1968 en París, que sin objeti­vo aparente, hizo tambalearse al Estado francés. Fue así la convergencia y el ensayo de sistematización de tales corrien­tes lo que daría lugar a la New Age o Conspiración de Acuario, que a su vez se ha convertido en centro de irradia­ción y financiación de otras redes de movimientos asimila­dos a su propio espíritu.
En la construcción de un mundo nuevo sin norma y sin Dios en orden sólo a las pulsiones elementales y al bienestar hedonístico universal, ha tenido la Conspiración de Acuario que emplearse sobre todo en la destrucción de la familia, que es vista como el centro de toda constricción. Dícese que las revoluciones ascendentes encuentran enseguida sus méto­dos. La social-democracia y el progresismo se los depara abundantemente: la ley del divorcio vincular, la propagación de la contraconcepción para separar el sexo de la función reproductora, la despenalización del aborto, la legalización de «parejas de hecho» incluso homosexuales... son los medios para una disolución de la familia como habitat nor­mal del hombre. Ello se completa con avances técnicos como la generalización de la TV, cuya sola existencia en los hogares es un disolvente de la intimidad y comunicación familiar, aún sin tener en cuenta el aspecto de sus contenidos.
Otro gran enemigo que batir para alcanzar el «humanis­mo cósmico» es la religión, básicamente la Iglesia Católica, que ha constituido durante casi dos milenios la estructura última del orden y disciplina moral mediante la idea de peca­do, de expiación, de Ley divina. Aquí el espíritu de la New Age parece contar con la experiencia del positivismo de Augusto Comte y con la táctica de Gramsci para transformar, más bien que destruir, la religión dominante. No se puede destruir la religión por sí misma como acontece con la familia a favor de las propias pasiones humanas, porque el hombre es religioso por naturaleza. Es preferible pervertir la religión desde dentro para convertirla en lo que Georges de Nantes llama el MASDU (mouvement d'animation spirituelle de la democratie universelle), y al sacerdocio en asistentes sociales o humanitarios. Y quizá sea éste el ámbito en que, por permi­sión divina, se haya dado el éxito más rápido y visible del Humanismo Cósmico. El triunfo en el Concilio Vaticano II de la corriente modernista que corroía sectores de la Iglesia des­de el siglo pasado, se ha traducido en las corrientes progre­sista y ecumenista que, ante nuestros ojos, disuelven hoy la estructura eclesiástica hasta hacer de lo que fue el principal antemural de la fe y la moral una inconsciente colaboradora de su rápida disolución.
Pero para esta delicuescencia cósmica de la que se supone nacerá la auténtica libertad humana y un mundo feliz, hará falta también atacar a la misma personalidad humana despo­jándola de cuanto le haya aportado la naturaleza, la gracia y la propia historicidad individual o colectiva. Una gigantesca labor de desarraigo del hombre respecto a su familia, su patria, y su fe, se intentará mediante una enseñanza neutra y un condicionamiento de reflejos. Pero varios factores nuevos han venido a potenciar esa desmedulación psicológica: de un lado, la propagación de las drogas (herencia de la guerra de Vietnam) que introducen a los jóvenes en placenteros mun­dos virtuales que les enseñan a desligarse de la realidad cir­cundante hacia estratos psicodélicos. Ello unido a la propa­gación (fomentada y financiada) de las místicas orientales sobre todo budista que mediante sus técnicas de yoga y meditación trascendental, procuran diluir la individualidad hacia objetivos panteísticos. De otra, el avance vertiginoso de la información que pone a todo el mundo en relación poten­cial con todos y se muestra capaz de satisfacer cualquier necesidad o deseo humano, con tal de que éste no trascienda de la esfera de lo sensible y placentero. De otra parte en fin la contaminación de la propia Iglesia Católica, valladar hasta ahora de la integridad personal humana y de una moral de principios y mandamientos. Las reuniones ecuménicas tipo Asís (y las proyectadas para un cercano futuro) así como las aperturas constantes a todas las religiones del mundo son síntomas de este fenómeno.
Incluso la propia relación del hombre con su entorno -la vida cognoscitiva y la vida apetitiva- quedarán vaciadas en la nueva Era o Conspiración de Acuario. Un proverbio esco­lástico dice: nihil volitum nisi praecognitum (no se desea más que lo previamente conocido). Nadie deseaba en el siglo XVIII, por ejemplo, un receptor de radio o de TV. Lo cual puede leerse también a la inversa: nada se conoce sino lo que de alguna manera se quiere o se ama. En efecto, dos hombres que caminen juntos por el campo —digamos un campesino y un poeta— no ven las mismas cosas ante idéntica realidad circundante. Los cultivos y su empero que ve el rústico pasan inadvertidos para el artista, al paso que aquél permanece cie­go para los aspectos estéticos o pintorescos del paisaje que se contempla. Para percibir objetos son necesarias lo que se ha llamado prenociones apercipientes.
A la inversa, —como escribió Saint Exupéry— «no se ve más que con el corazón»: el amante descubre en el rostro o en la voz del amado rasgos o inflexiones que no encontrarán los demás. El turista en países o civilizaciones extrañas no ve en lo que contempla ni una mínima parte de lo que capta quien ama o se interesa por lo que visita. También esta última inte-rrelación de conocer y querer se verá atacada por la nueva civilización que la New Age nos propone. Desvinculado el individuo de su raíz familiar, de su patria y de los lazos con las cosas en que consiste la vida humana, ¿se le podrán apli­car aquellas palabras de Homero: sin familia, sin ley, sin hogar? ¿Y el comentario que de ellas hace Aristóteles: un hombre así sólo respiraría guerra porque sería incapaz de entrañarse con nadie, como sucede a las aves de rapiña? (Política I).
Viene a mi memoria aquella frase de Caro Baroja poco tiempo antes de su muerte: «cuando yo era niño, los viejos de entonces nos miraban con envidia a los niños diciendo: éstos verán las maravillas del siglo XX, nosotros, no, desgraciada­mente. Ahora que somos viejos miramos a los niños de hoy pensando: éstos conocerán el siglo XXI; nosotros, no, afortu­nadamente».
Tal vez el mundo humano último que nos ofrece la New Age vaya más lejos que El Mundo feliz de Aldous Huxley y haya de buscarse, a través de un soporte psicodélico, en la vida virtual que nos pinta Barjavel en su novela Le diable I 'emporte (París, 1955): el «Civilizado» solitario que se exhibía en un museo del año 2000 permanecía sentado en un sillón anatómico en cuyos brazos disponía de un doble teclado de ordenador cuyo uso le proporcionaba todas las sensaciones, imágenes y placeres que pudiera desear mediante excitacio­nes sensoriales y nerviosas. Ese futuro «Civilizado», captado por un mundo virtual, imaginario, sólo sabrá decir «je suis heureux» (soy feliz). Sería así la culminación del ideal psico­délico y hedonista que por múltiples vías propone hoy la New Age. También lo sería de la lucha materialista o socialis­ta por «le bien etre universel».
¿Qué hacer para preservar nuestro mañana cercano, y la vida de quienes dejemos, de este movimiento arrasador en cuanto es forma, medida o simplemente posee realidad? Boixadós apela ante todo a la necesidad de buscar nuestras raíces, apoyarse en ellas y en ellas buscar alimento, como los árboles encuentran en sus raíces la resistencia a los vientos huracanados. Entre esas raíces señala (como argentino) la Hispanidad. A través de los españoles, en efecto, recibió América su fe y su civilización. La España renacentista y tridentina del siglo XVI prolongó la civilización cristiana en una Europa que traicionaba esa fe. De esa salvífica prolonga­ción son hijos en el espíritu y en la sangre los actuales hispa­noamericanos.
Para todos, hijos de la auténtica tradición cristiana, los tiempos actuales de confusión y apostasía programada cons­tituyen el mayor peligro que históricamente se ha dado para la preservación de la fe y, consiguientemente, de la esperan­za. «Tiempo de velar y orar para no sucumbir a estos males venideros y comparecer confiadamente ante el Hijo del hom­bre» (Luc 21,36), Aun cuando la rebelión luciferina que entra­ña la New Age llegue a inundar el mundo que viene, y la con­fusión ecumenista se adueñe de la Iglesia visible, sería éste el tiempo de asirse a las palabras de Nuestro Señor en su dis­curso escatológico (Mt 24,1 a 14; Me 13,1 a 3; Luc 21,5 a 7) en el cual nos previene que «cuando veáis que la abominación de la desolación está instalada en el Lugar Santo, ésa será la hora». Pero en el que también nos asegura misericordiosa­mente que «el que persevere hasta el fin, ese será salvo».

Rafael Gambra

 

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Crónica de una Revolución anunciada

"La IV Gran Revolución Mundial"
Primera: la Reforma
Segunda: la Francesa
Tercera: la Marxista
LA CUARTA: ¿Una sin igual red de redes —digital y global— liderada por la NEW AGE (Conspiración de Acuario)?

Alberto Boixadós

Crónica de una Revolución anunciada - Alberto Boixadós

282 páginas
Ediciones Theoria
1997

Encuadernación rústica
 Precio para Argentina: 39 pesos
 Precio internacional: 12 euros

 

En este último lustro del siglo XX, a medida que se acerca el tercer milenio de la Era de Cristo, por todo el mundo se extiende una indefinible impresión de aceleración vertiginosa, algo así como el impul­so que adquieren las aguas de un gran río cuando se acerca a una catarata. Cada uno experimenta esta vivencia a su modo y en el ámbito de su medio, de su quehacer, de su familia, de su calle. Para unos se trata de una transformación súbita en los medios de comunicación y trabajo: la electrónica aplicada a las comunicaciones y a la informática convierte en «alfabeto informático» a quien no renueva anualmente sus conocimientos y técnicas laborales. Otros lo experimentan en su entorno humano, particularmente en sus hijos que, educados por la TV, los ordenadores y la nueva escuela, resultan rápidamente ajenos a cuanto ellos han conocido y amado, incluso a un diálogo sosegado, participativo y con puntos comunes de referencia. Ellos -y no suele ser por su culpa- viven en las prisas del hedonismo, porque es lo único que han recibido: la intuición espontánea de que la vida pasa de prisa y el principio inculpado de que «no hay otra vida que la presente», que «sólo se vive una vez». Sus medios para vivir, en un mundo arrolladoramente tecnificado, son inmensos, pero no conocen -ni tienen tiempo para planteárselo- los fines u objetivos de esa vida. De aquí la propensión creciente a las depresiones patológicas y al suicidio, incluso entre los jóvenes. En tales condiciones, la soledad que conlleva la ancianidad se hace dramática al término de las vidas humanas.
La New Age representa en nuestro tiempo, una nueva e inmensa gnosis que no es ya defensiva sino invasora y agresiva; tampoco se circunscribe a un ámbito cultural, sino que es (o pretende ser) planetaria, universal. Se trata del surgimiento de una nueva pretendida sabiduría universal, de la desvinculación del hombre de cuantas ligaduras o cauces han creado en torno a él, la historia, las creencias y las costumbres, trabándole en su expansión y posibilidades. Las demás cosmovisiones y religiones podrán verse, a lo sumo, como prefiguraciones superadas de esa liberación universal. El mundo nuevo no estará, como para los descubridores del siglo XV-XVI, en alcanzar nuevos mundos aquí en la tierra, ni siquiera en las ya posibles aventuras espaciales: ese mundo estará en nosotros mismos, en las drogas psicodélicas y las místicas orientales que abrirán el espíritu humano a nuevas «longitudes de onda» en que se liberará el espíritu humano del medio de construcción y normas que él mismo ha creado.

 

ÍNDICE


Prólogo       I
La IV Revolución Mundial emergente y los valores raigales de la hispanidad           1
Proyecciones del Nuevo Orden Mundial     38
Breve semblanza histórica del Movimiento New Age (Orígenes y proyecciones)     49
Proyecciones, visibles o no, de la New Age con otros grupos         64
Globalismo  68
La meta del Humanismo Secular: una Sociedad Libre y Universal   70
El Humanismo Secular en el ámbito sociológico      75
Teotihuacán            80
El mundo literario y el Movimiento New Age          82
Escritores inmersos e impulsores del mundo de la New Age           94
James Redfield        95
Louise L. Hay         113
¿Renacimiento religioso?     122
Efectos de la "realidad virtual"         130
Un libro sorprendente         139
Singulares informes de lo que ocurre en ámbitos invadidos por la New Age            158
Sai Baba     166
La New Age y la Teología  174
Fundamentalismo    176
El recurso a las religiones de Asia    177
Ortodoxia y ortopraxia        177
El pragmatismo en la vida cotidiana de la Iglesia      179
Tareas de la Teología          180
La New Age en la educación          184
Su incompatibilidad con la fe católica          188
Aspectos de riesgo  189
Qué hacer   190
Firmes delineamientos de la IVª Gran Revolución Mundial  200
Valiosos testimonios de la vigencia del Movimiento New Age, y la presencia en él de relevantes figuras de la cultura universal           205
La inspiración que vino de Sri Aurobindo    212
El asalto de los medios de comunicación     213
Un panorama desde la perspectiva de 1993             214
La presencia incontrastable de Cristo          222
Recentísimos antecedentes 227
Apéndices
Nº 1: "Transfiguración y Metamorfosis".
(Editorial de la Revista Gladius N2 33,15/8/95, pág. 3 a 6) I
Nº 2: "Hasta para concebir puede ser autosuficiente la mujer".
(Tomado de La Nación, 27 de enero de 1997,1ª Sea, pág. 2)        IV
Nº 3: Salpicón de noticias tomadas al azar de noviembre 1995 y febrero y marzo 1996      VI
- "Cura italiano querría tener un hijo de probeta" (La Voz del Interior, Córdoba - Rep. Arg., 1º de noviembre 1995, pág. 15,1ª Sec)
-      "Una multitud en el Congreso por la Ley sobre procreación".
(La Nación, Buenos Aires - Rep. Arg., 2 de noviembre 1995, pág. 15)
-      "Catequesis al compás del rock".
(La Nación, Buenos Aires - Rep. Arg., 12 de febrero 1996, pág. 2,1ª Sec)
-      "Hillary, ávida de islamismo".
(La Nación, Buenos Aires - Rep. Arg., 13 de marzo 1996,1ª Sea, pág. 15)
Nª 4: "El Dos Mil. La fiebre de la Nueva Era"        
(Artículo de Cesare Medail, publicado en Corriere della Sera, Roma -Italia-, sábado 28 de diciembre de 1996)
Nº 5. "En Thailandia un nirvana colmado de luz.
Católicos y budistas dialogan con la vida".
(Tomado de Ciudad Nueva, N9 365, Bs. As., Rep. Arg., marzo de 1997, págs. 17 a 22) XV
Nº 6: "Primer templo budista de Latinoamérica".
(La Voz del Interior, Córdoba - Rep. Arg., 11 de enero de 1997)  XXI
Nº 7: "El Nuevo Orden Mundial", por Miguel Poradowski
(Tomado de la revista Verbo, Madrid, España, s/f.)            XXII
Nº 8: Carta del Prof. Carlos A. Cancio al autor
(Cba., 15-08-96)    XXVII
Nº 9: Carta abierta de Monseñor Richard Williamson a los amigos, de fecha 19 de mayo de 1997, enviada desde EE.UU. al autor           XXIX

               
 

PRÓLOGO

En este último lustro del siglo XX, a medida que se acerca el tercer milenio de la Era de Cristo, por todo el mundo se extiende una indefinible impresión de aceleración verti­ginosa, algo así como el impulso que adquieren las aguas de un gran río cuando se acerca a una catarata. Cada uno expe­rimenta esta vivencia a su modo y en el ámbito de su medio, de su quehacer, de su familia, de su calle. Para unos se trata de una transformación súbita en los medios de comunicación y trabajo: la electrónica aplicada a las comunicaciones y a la informática convierte en «analfabeto informático» a quien no renueva anualmente sus conocimientos y técnicas laborales. Otros lo experimentan en su entorno humano, particular­mente en sus hijos que, educados por la TV, los ordenadores y la nueva escuela, resultan rápidamente ajenos a cuanto ellos han conocido y amado, incluso a un diálogo sosegado, participativo y con puntos comunes de referencia. Ellos —y no suele ser por su culpa— viven en las prisas y en el hedo­nismo, porque es lo único que han recibido: la intuición espontánea de que la vida pasa de prisa y el principio incul­cado de que «no hay otra vida que la presente», que «sólo se vive una vez». Sus medios para vivir, en un mundo arrolla-doramente tecnificado, son inmensos, pero no conocen —ni tienen tiempo para planteárselo— los fines u objetivos de esa vida. De aquí la propensión creciente a las depresiones pato­lógicas y al suicidio, incluso entre jóvenes. En tales condicio­nes, la soledad que conlleva la ancianidad se hace dramática al término de las vidas humanas.
Otros, en fin, los filósofos —no digo de profesión sino vocacionales— sufren esta vivencia inquietante en un plano superior, universal o cósmico. Porque esta impresión de ace­leración súbita y creciente abarca desde la escuela primaria hasta la religión recibida, pasando por los esquemas menta­les, el arte, la política, las costumbres, la intimidad del pensar y del estar. Este «cierto sabor a fin de mundo (o de época)» se hace hoy común, por más que se prefiera no hablar de ello ni mencionarlo, como acontece a quienes padecen una enferme­dad sin retorno. Aún para los espíritus más refractarios a cábalas escatológicas se han convertido de pronto en textos de curiosidad acuciante al discurso escatológico de Cristo, el Apocalipsis de San Juan, o las profecías de San Malaquías en el siglo XII.
Es este plano superior o totalizador en el que se mueve Alberto Boixadós. Como filósofo (y filósofo de la Historia) no puede quedarse en un nivel parcial de hechos o de modas, o en la resignada aceptación de la evolución, sino que se pre­gunta por la causa de las cosas y por las causas supremas de las que depende esta amplísima y profunda mutación. Ya anteriormente había buceado en esta acuciante problemática en varios libros de gran riqueza de datos y sagacidad inter­pretativa. Me refiero a Arte y Subversión (1997), El Nuevo Orden Mundial y el Movimiento New Age (1994), a los que sigue el que tienes, lector, ante tus ojos: Crónica de una Revolución Anunciada: la cuarta gran Revolución mundial. En él, el Prof. Boixadós, sobre un inmenso acopio de hechos significativos, realiza una hermenéutica en profundidad de cuanto está sucediendo ante nuestros ojos; proceso, o más bien mutación, que, por más que se realice en múltiples fren­tes con un entrelazamiento de movimientos aparentemente distintos, posee una mayor unidad de lo que podría creerse. El autor escudriña este complejo mundo hasta cuanto permi­ten la experiencia actual y la pretérita, en busca de un dicta­men esclarecedor de cuanto está ocurriendo en esta hora de la humanidad, tan perturbadora para los cristianos. Imagino lo que habrá sufrido en esta búsqueda y cómo habrá recorda­do aquella sentencia: ¡desdichado el que comprende!
Tuve la suerte de conocer a Boixadós y a su esposa en un Congreso Internacional celebrado en Lausana (Suiza) hace más de treinta años; para ser exactos, en 1965. Todavía no había estallado esto que conocemos hoy como postmoderni­dad. Ya nos inquietaba, sin embargo, el incierto desarrollo del Concilio Vaticano II que daba mucho que temer. Allá nos fue dado a conocer a las figuras más destacadas de la contra­rrevolución intelectual católica en Francia y Bélgica: Marcel de Corte, Jean Ousset, Gustave Thibon, Maritain... Yo quedé entonces cautivado por el matrimonio Boixadós, por la cor­dialidad y la bondad que emanaba de Alberto, y la dulzura de ella, muy joven a la sazón; por la elegancia y distinción de ambos. Allí quedó sellada nuestra amistad que se ha mante­nido a través de los años con carácter más bien epistolar y de intercambio de publicaciones, aunque revivida episódica­mente en viajes de uno y otro a España o Argentina.
Si hubiéramos de caracterizar en un trazo esto que he lla­mado la postmodernidad, en la que nos encontramos inmer­sos, yo diría que es el abandono por parte del hombre con­temporáneo de la fe o el ideal racionalista que se forjaron a lo largo de la edad Moderna. Han pasado el existencialismo y los diversos tipos de historicismo y vitalismo, así como una larga experiencia histórica. Ya no existen para ese hombre ni la fe religiosa ni la fe en el progreso indefinido del saber humano hacia una omnisciencia en la que nada escape a la investigación racional o científica. Ahora, reducido el hom­bre a su existencialidad pura y, a la vez, divinizándose a sí mismo, se propone el objetivo de la comprensión universal y la asimilación de cuanto es humano, de toda creación cultu­ral humana. Este ideal se expresa en la tolerancia y en un diá­logo por principio exento de cualquier límite preconcebido, abierto y, por ello mismo, enriquecedor del Hombre, objeto único de adoración. La democracia sin principios preconsti-tucionales y el ecumenismo sincretista serán los correlatos de esa actitud en el orden político y en el religioso. La ruptura de toda frontera nacional, cultural, religiosa, moral o fami­liar, la guerra sin cuartel contra toda autoridad, norma o principio, serán los supuestos necesarios para este diálogo integrador. Un relativismo antropocéntrico sin límites y un imperativo de antitrascendencia serán, en definitiva, sus ras­gos determinantes. (Los grandes promotores de las diversas corrientes postmodernas viajan continuamente en conforta­bles aviones a reacción. Sería de ver el terror que se apodera­ría de ellos si, en pleno vuelo, se les comunicara que se han suprimido las rutas y niveles obligatorios de navegación aérea y que desde ese momento pueden los aviones volar a su arbitrio, sin control terrestre, y aterrizar como y donde quieran. Quizá meditasen entonces en el viejo principio que tratan de olvidar: «donde todo es posible, ya nada puede hacerse»).
En medio del hervidero actual de sectas gnósticas, movi­mientos liberados y sincretismos panteístas más o menos orientales, destaca el movimiento autodenominado New Age, (Nueva Edad), también conocido como Conspiración de Acuario y Humanismo Cósmico, que es, clarividentemente, el objeto principal de los dos últimos libros de Alberto Boixadós. Podría caracterizarse a la New Age como una inmensa gnosis de aspiración planetaria; pero no una gnosis defensiva como las que surgieron entre el siglo II y el IV en el ámbito europeo, sino una gnosis agresiva y envolvente que aspira a crear un orden nuevo coincidente con el ingreso de nuestro planeta en la constelación de Acuario, por abandono de la de Piscis, que estuvo regida por una cosmovisión cristiana.
Gnosis, como se sabe, significa sabiduría puramente humana (empírica o racional) y se oponía a pistis, que signi­fica la fe. Los movimientos gnósticos de aquella época hele-nístico-romana surgieron como reacción del espíritu greco-latino frente a la irrupción de las nuevas religiones monoteís­tas, sobre todo el Cristianismo. Esto era visto por griegos y romanos como una humillación a su propia civilización, por más que la religión politeísta antigua estuviera en esa época en plena crisis de descreimiento. Los gnósticos, señalada­mente Plotino, constituyeron un sincretismo filosófico-místi-co a base de una interpretación peculiar de Platón, al que mezclaban remotos esoterismos griegos como el pitagorismo y los mitos órficos. Esto era para ellos la verdadera sabiduría y una reivindicación de la tradición greco-latina, al paso que el cristianismo sería sólo una fe, especie de versión populari­zada de esa misma sabiduría para uso del vulgo, incapaz de comprenderla si no es mediante tales narrativas. Se trata así de una reivindicación de la cultura clásica por oposición al cristianismo, al que interpreta como mera tabulación popu­lar. El gnosticismo antiguo pasó: ni salvó a la religión pagana que corrió hacia su extinción final, ni detuvo el avance impe­tuoso del cristianismo. Sólo dejó una herida en el cuerpo de la Iglesia: el arrianismo, que fue la primera gran herejía del cristianismo y que resultó del contagio de las gnosis neopla-tónicas, que pretendían hacer del cristianismo una acusación no divina de la emanación plotiniana. Vencido éste también, sólo quedó de aquella gnosis el recuerdo y un germen laten­te, nunca desaparecido, de rebeldía humanista y panteísta.
La New Age representa en nuestro tiempo una nueva e inmensa gnosis que no es ya defensiva sino invasora y agresi­va; tampoco se circunscribe a un ámbito cultural, sino que es (o pretende ser) planetaria, universal. Se trata del surgimiento de una nueva pretendida sabiduría universal, de la desvincu­lación del hombre de cuántas ligaduras o cauces han creado en torno a él la historia, las creencias y las costumbres, trabán­dole en su expansión y posibilidades. Las demás cosmovisio-nes y religiones podrá verse, a lo sumo, como prefiguraciones superadas de esa liberación universal. El mundo nuevo no estará, como para los descubridores del siglo XV-XVI, en alcanzar nuevos mundos aquí en la tierra, ni siquiera en las ya posibles aventuras espaciales: ese mundo estará en noso­tros mismos, en las drogas psicodélicas y las místicas orienta­les que abrirán el espíritu humano a nuevas «longitudes de onda» en que se liberará el espíritu humano del medio de constricción y normas que él mismo se ha creado.
Cabe preguntarse si New Age es un movimiento planifi­cado desde su origen por un fundador o por un grupo para que sea centro de irradicación o influencia sobre las numero­sas tendencias que en filosofía, en política, en las artes, en las ciencias y hasta en religión parecen llevar hoy su marca; o si, por el contrario, se trata más bien de la convergencia de diversas corrientes que forman un ambiente cada vez más homogéneo hasta culminar en la New Age que sería su auto-conciencia y aglutinación última. Creo más acorde con los hechos esta segunda suposición, sin perjuicio de que, una vez autodefinida New Age se haya convertido posteriormen­te en centro poderosísimo de irradiación.
Esto ha sucedido con todos los grandes movimientos o revoluciones de la historia humana, con las sucesivas revolu­ciones mundiales, en términos de Boixadós. El gnosticismo de la época helenístico-romana no fue inventado por Plotino, por mucho que fuese el autor más significativo de la época. Existieron cinco o más gnosticismos confluyentes hacia el neoplatonismo emanatista de Plotino, que brotará más bien de un ambiente generalizado en la época: la irrupción en el Imperio del monoteísmo judeo-cristiano y el impulso defen­sivo de la civilización grecorromana. Tampoco, siglos ade­lante, fue la ruptura protestante una invención de Lutero: su rebelión no hubiera pasado de un episodio aislado pronta­mente restañado por la Cristiandad si no hubiera caído en un ambiente de rebelión y ruptura con Roma por parte de los países del norte de Europa, resultado final de aquellas gue­rras civiles de la Cristiandad que se conocieron como Guerras de las Investiduras. Ni el motín parisino que dio ori­gen a la Revolución Francesa hubiera pasado de un suceso local de no haber prendido en el marco descreído y rebelde de la Ilustración y de las Societes de Pensée, extendido previa­mente entre aquellos estratos sociales que hubieran debido ser el sostén de la Monarquía y del Viejo Orden. No existie­ron en la Revolución que cambió Europa y América figuras eminentes o significativas. Sólo más tarde, un Napoleón, tomará conciencia de sí en las luchas contra los monarcas europeos e irradiará la Revolución a ambos continentes.
La única revolución que se ha dado en la historia con una fecha precisa y el nombre de un Fundador fue el Cristianismo, que careció de antecedentes, salvo las profecí­as, y de toda convergencia de orígenes diversos. El Cristianismo, que cimentará toda una civilización y una Edad, nació de la persona de Cristo, de su encarnación, y comenzó como fenómeno religioso y social el día de la pri­mera predicación de Cristo.
Parece, pues, que la New Age ha tenido la misma génesis que todos los movimientos humanos: un oscuro rebullir de tendencias más o menos afines a partir de los turbulentos años sesenta; impulsos diversos de un anarquismo totalita­rio, de un individualismo rebelde, de una aversión sorda a todo género de límites y constricción. Su primer y casi único estallido público fue el Mayo de 1968 en París, que sin objeti­vo aparente, hizo tambalearse al Estado francés. Fue así la convergencia y el ensayo de sistematización de tales corrien­tes lo que daría lugar a la New Age o Conspiración de Acuario, que a su vez se ha convertido en centro de irradia­ción y financiación de otras redes de movimientos asimila­dos a su propio espíritu.
En la construcción de un mundo nuevo sin norma y sin Dios en orden sólo a las pulsiones elementales y al bienestar hedonístico universal, ha tenido la Conspiración de Acuario que emplearse sobre todo en la destrucción de la familia, que es vista como el centro de toda constricción. Dícese que las revoluciones ascendentes encuentran enseguida sus méto­dos. La social-democracia y el progresismo se los depara abundantemente: la ley del divorcio vincular, la propagación de la contraconcepción para separar el sexo de la función reproductora, la despenalización del aborto, la legalización de «parejas de hecho» incluso homosexuales... son los medios para una disolución de la familia como habitat nor­mal del hombre. Ello se completa con avances técnicos como la generalización de la TV, cuya sola existencia en los hogares es un disolvente de la intimidad y comunicación familiar, aún sin tener en cuenta el aspecto de sus contenidos.
Otro gran enemigo que batir para alcanzar el «humanis­mo cósmico» es la religión, básicamente la Iglesia Católica, que ha constituido durante casi dos milenios la estructura última del orden y disciplina moral mediante la idea de peca­do, de expiación, de Ley divina. Aquí el espíritu de la New Age parece contar con la experiencia del positivismo de Augusto Comte y con la táctica de Gramsci para transformar, más bien que destruir, la religión dominante. No se puede destruir la religión por sí misma como acontece con la familia a favor de las propias pasiones humanas, porque el hombre es religioso por naturaleza. Es preferible pervertir la religión desde dentro para convertirla en lo que Georges de Nantes llama el MASDU (mouvement d'animation spirituelle de la democratie universelle), y al sacerdocio en asistentes sociales o humanitarios. Y quizá sea éste el ámbito en que, por permi­sión divina, se haya dado el éxito más rápido y visible del Humanismo Cósmico. El triunfo en el Concilio Vaticano II de la corriente modernista que corroía sectores de la Iglesia des­de el siglo pasado, se ha traducido en las corrientes progre­sista y ecumenista que, ante nuestros ojos, disuelven hoy la estructura eclesiástica hasta hacer de lo que fue el principal antemural de la fe y la moral una inconsciente colaboradora de su rápida disolución.
Pero para esta delicuescencia cósmica de la que se supone nacerá la auténtica libertad humana y un mundo feliz, hará falta también atacar a la misma personalidad humana despo­jándola de cuanto le haya aportado la naturaleza, la gracia y la propia historicidad individual o colectiva. Una gigantesca labor de desarraigo del hombre respecto a su familia, su patria, y su fe, se intentará mediante una enseñanza neutra y un condicionamiento de reflejos. Pero varios factores nuevos han venido a potenciar esa desmedulación psicológica: de un lado, la propagación de las drogas (herencia de la guerra de Vietnam) que introducen a los jóvenes en placenteros mun­dos virtuales que les enseñan a desligarse de la realidad cir­cundante hacia estratos psicodélicos. Ello unido a la propa­gación (fomentada y financiada) de las místicas orientales sobre todo budista que mediante sus técnicas de yoga y meditación trascendental, procuran diluir la individualidad hacia objetivos panteísticos. De otra, el avance vertiginoso de la información que pone a todo el mundo en relación poten­cial con todos y se muestra capaz de satisfacer cualquier necesidad o deseo humano, con tal de que éste no trascienda de la esfera de lo sensible y placentero. De otra parte en fin la contaminación de la propia Iglesia Católica, valladar hasta ahora de la integridad personal humana y de una moral de principios y mandamientos. Las reuniones ecuménicas tipo Asís (y las proyectadas para un cercano futuro) así como las aperturas constantes a todas las religiones del mundo son síntomas de este fenómeno.
Incluso la propia relación del hombre con su entorno -la vida cognoscitiva y la vida apetitiva- quedarán vaciadas en la nueva Era o Conspiración de Acuario. Un proverbio esco­lástico dice: nihil volitum nisi praecognitum (no se desea más que lo previamente conocido). Nadie deseaba en el siglo XVIII, por ejemplo, un receptor de radio o de TV. Lo cual puede leerse también a la inversa: nada se conoce sino lo que de alguna manera se quiere o se ama. En efecto, dos hombres que caminen juntos por el campo —digamos un campesino y un poeta— no ven las mismas cosas ante idéntica realidad circundante. Los cultivos y su empero que ve el rústico pasan inadvertidos para el artista, al paso que aquél permanece cie­go para los aspectos estéticos o pintorescos del paisaje que se contempla. Para percibir objetos son necesarias lo que se ha llamado prenociones apercipientes.
A la inversa, —como escribió Saint Exupéry— «no se ve más que con el corazón»: el amante descubre en el rostro o en la voz del amado rasgos o inflexiones que no encontrarán los demás. El turista en países o civilizaciones extrañas no ve en lo que contempla ni una mínima parte de lo que capta quien ama o se interesa por lo que visita. También esta última inte-rrelación de conocer y querer se verá atacada por la nueva civilización que la New Age nos propone. Desvinculado el individuo de su raíz familiar, de su patria y de los lazos con las cosas en que consiste la vida humana, ¿se le podrán apli­car aquellas palabras de Homero: sin familia, sin ley, sin hogar? ¿Y el comentario que de ellas hace Aristóteles: un hombre así sólo respiraría guerra porque sería incapaz de entrañarse con nadie, como sucede a las aves de rapiña? (Política I).
Viene a mi memoria aquella frase de Caro Baroja poco tiempo antes de su muerte: «cuando yo era niño, los viejos de entonces nos miraban con envidia a los niños diciendo: éstos verán las maravillas del siglo XX, nosotros, no, desgraciada­mente. Ahora que somos viejos miramos a los niños de hoy pensando: éstos conocerán el siglo XXI; nosotros, no, afortu­nadamente».
Tal vez el mundo humano último que nos ofrece la New Age vaya más lejos que El Mundo feliz de Aldous Huxley y haya de buscarse, a través de un soporte psicodélico, en la vida virtual que nos pinta Barjavel en su novela Le diable I 'emporte (París, 1955): el «Civilizado» solitario que se exhibía en un museo del año 2000 permanecía sentado en un sillón anatómico en cuyos brazos disponía de un doble teclado de ordenador cuyo uso le proporcionaba todas las sensaciones, imágenes y placeres que pudiera desear mediante excitacio­nes sensoriales y nerviosas. Ese futuro «Civilizado», captado por un mundo virtual, imaginario, sólo sabrá decir «je suis heureux» (soy feliz). Sería así la culminación del ideal psico­délico y hedonista que por múltiples vías propone hoy la New Age. También lo sería de la lucha materialista o socialis­ta por «le bien etre universel».
¿Qué hacer para preservar nuestro mañana cercano, y la vida de quienes dejemos, de este movimiento arrasador en cuanto es forma, medida o simplemente posee realidad? Boixadós apela ante todo a la necesidad de buscar nuestras raíces, apoyarse en ellas y en ellas buscar alimento, como los árboles encuentran en sus raíces la resistencia a los vientos huracanados. Entre esas raíces señala (como argentino) la Hispanidad. A través de los españoles, en efecto, recibió América su fe y su civilización. La España renacentista y tridentina del siglo XVI prolongó la civilización cristiana en una Europa que traicionaba esa fe. De esa salvífica prolonga­ción son hijos en el espíritu y en la sangre los actuales hispa­noamericanos.
Para todos, hijos de la auténtica tradición cristiana, los tiempos actuales de confusión y apostasía programada cons­tituyen el mayor peligro que históricamente se ha dado para la preservación de la fe y, consiguientemente, de la esperan­za. «Tiempo de velar y orar para no sucumbir a estos males venideros y comparecer confiadamente ante el Hijo del hom­bre» (Luc 21,36), Aun cuando la rebelión luciferina que entra­ña la New Age llegue a inundar el mundo que viene, y la con­fusión ecumenista se adueñe de la Iglesia visible, sería éste el tiempo de asirse a las palabras de Nuestro Señor en su dis­curso escatológico (Mt 24,1 a 14; Me 13,1 a 3; Luc 21,5 a 7) en el cual nos previene que «cuando veáis que la abominación de la desolación está instalada en el Lugar Santo, ésa será la hora». Pero en el que también nos asegura misericordiosa­mente que «el que persevere hasta el fin, ese será salvo».

Rafael Gambra

 

 
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